Hace un número de años que no escribo para este periódico de Dios. Hoy, en estos tiempos difíciles, debo decir, de prueba, he suplicado al Espíritu Santos que me de fuerza para abogar y defender por la mayor de las fuerzas: la fe.

La fe salva, defiende y sostiene. La fe poderosa que llevó a la alegría de los ángeles, María la Virgen, a soportar (apretando su bendito corazón) la vil, horrible y martirizante carga de la dolorosa pasión de su divino hijo, Nuestro Señor.  Porque María fue y seguirá siendo eso: Torre Invencible de Invencible fe.
El “auxilio de los cristianos”, dice Juan Bosco, es “omnipotente por gracia”. Por la gracia que recibe de su divino hijo Jesús a quien quiere con locura. Todo lo que la madre perfecta pida a su perfecto hijo, éste se lo concederá.  Ahí tenemos como testimonio las Bodas de Caná de Galilea. El lugar donde el Jesús, luz del universo, hizo su primer milagro, convirtiendo el agua en vino en favor de aquellos pobres esposos. “Hacer lo que Él les diga”. Estas palabras de la Virgen en Caná, permanecen grabadas en el azul del cielo y en el corazón del cristiano auténtico como señal sagrada de profunda reflexión.

Sabemos que ya para ese tiempo el valeroso San José había muerto. La gran sabiduría de la Eterna Majestad le libró del calvario de su Jesús. El Dios Padre eterno sabía que aquel noble carpintero del amor, no hubiese podido resistir (como lo hizo su gloriosa esposa) la cruel injusticia de un pueblo cobarde, malagradecido y duro de corazón.

Pienso que la devoción a María Auxiliadora será siempre la bendita llave al corazón de quien quiere y puede socorrernos en estos días tan “Robinsonescamente” solos. El rosario diario de ésta bendita madre es una fuerza invencible contra todo mal.  Rezando con fe y devoción suele ser de veras un signo de inequívoca predestinación. Y así es la esperanza de nuestra sacrosanta fe.

La fe, la primera de las tres virtudes cardinales es la mejor manera de caminar el camino del silencio y del amor fraterno… Sin fe no se puede vivir y mucho menos esperar.  El triunfo del trono de la cruz será siempre el triunfo de la fe.
¡Viva Cristo Rey!

 

Por José C. Negroni
Para El Visitante

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