Nuestra última celebración en nuestro templo parroquial, Nuestra Sra. Del Rosario de Yacuo fue el domingo, 6 de enero de 2020, 10:00 a.m. El 7 de enero nos despertó el sismo de 6 con duración de 4 minutos. Desde entonces empezamos a celebrar al aire libre. Luego alquilamos carpas.
Después, llegó una carpa gigante. La carpa fue y sigue siendo nuestro Templo parroquial provisional. Allí está la carpa en el área del estacionamiento. Una carpa que cobija polvo, basura y hojas secas; y a alguno que camina bajo el toque de queda.
Y poco a poco los sismos nos llevaron afuera. Nos llevaron a visitar y bendecir familias, enfermos y hogares. Y llegó la Cuaresma bajo la carpa. Y hubo misiones y misioneros. Y ya se escuchaba del mal que brotaba de Wuhan, China, y de su expansión mundial.
Y al llegar el mes de marzo la pandemia a nuestro país. Tocó suelo boricua, aunque parecería que nunca nos enteraremos a ciencia cierta cómo llegó. Nos arropó por los contagios y los muertos, pero también por los temores ante en enemigo silencioso e invisible.
Y comenzamos a tomar precauciones. Para algunos era incomprensible: ¿cómo era que estábamos tomando decisiones tan drásticas?, ¿cómo afectaba a los feligreses católicos, en especial a aquellos todavía marcados por los efectos del evento sísmico de enero y sus no pocas réplicas?
Y, en definitiva, el covid-19 nos puso en cuarentena. Y, como consecuencia, el Estado nos llevó al aislamiento físico. El Estado llamó a lavarnos las manos y no tocar superficies. En todos los renglones de la vida cotidiana había que tener cautelas. Y en definitiva, ya vamos por una cuarentena de casi 40 días: 36 días hoy, 20 de abril de 2020) Y el Estado impuso las reglas que ya algunos habíamos comenzado a tomar para proteger la vida de nuestros feligreses. Ahora estamos fuera del Templo. Ahora estamos alejados del lugar del culto a Dios y de la administración de los sacramentos.
Desde hace un mes y 6 días, ¿a dónde se fueron los católicos? Están en sus hogares cuidándose. Algunos están en sus casas trabajando de manera remota. Otros, en cambio, viven presos del pánico sin recibir compensación económica alguna y ver estrangularse sus posibilidades. En ese entre juegos de opciones, ellos y ellas están también en sus hogares celebrando la Palabra, como lo hicieron las primeras comunidades cristianas hace 2020 años.
La pandemia nos ha llevado a las raíces de nuestra Iglesia. ¿Qué hemos aprendido en 36 días? ¡Qué no podemos vivir sin misa! ¡Qué no podemos vivir sin sacramento de reconciliación!
La Gracia de Dios suple lo que tenemos en ausencia físico-sacramental. La Gracia divina provee para mantenernos firmes en la fe, aunque no estemos frecuentando los sacramentos. Este es el riesgo para nosotros los católicos.
En nuestro estado actual de cuarentena y aislamiento físico debemos tener presente que nuestra fe tiene fundamento en la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Algunos olvidamos en este tiempo de pandemia que nos falta algo y a veces que nos falta todo. Esto es porque no estamos en el templo. Esto es porque no recibimos los sacramentos personalmente.
Ahora bien, el Bautismo nos ha dejado la Gracia divina para sentirnos en comunión con Jesús y con su Iglesia. No obstante, pienso que esa ausencia, esa falta de comulgar y de estar en templo, puede llevarnos a echar en saco roto lo que la misma Iglesia nos enseña de la Gracia de Dios en nuestras vidas.
Po ello, debemos tener claro que la Gracia de Dios sigue vigente en cada uno de nosotros los católicos. La Gracia de Dios está presente en la Iglesia pequeña. Todos somos sacerdotes por el bautismo; claro está no es un sacerdocio ministerial, pero es una gracia otorgada en el Bautismo. Y ejecutamos ese sacerdocio a través de nuestras oraciones, lectura y reflexión de la Palabra de Dios en familia, aunque sea en cuarentena.
En estos días Pascuales, Hechos de los Apóstoles nos recuerda que los primeros cristianos en ausencia visible de Jesús continuaron alimentándose con la Palabra en cada hogar. Jesús resucitado y ya no visible en los primeros siglos de la Iglesia continuó actuando entre las comunidades. Asimismo, sucedió con la Gran Peste, esa otra pandemia del siglo XIII en Europa. La peste bubónica impactó a gran parte de la población conocida en aquel continente, pero también a los sacerdotes. El pueblo de Dios continuó sin curas y sin la administración de los sacramentos. Más tarde, los avatares de la Revolución Francesa obligaron a campesinos católicos a mantener viva la fe ya que el Estado había suprimido el clero secular y regular. Entonces, fue el pueblo desde sus hogares, sin poder ir al templo ni recibir los sacramentos, el que predicó y propagó la catequesis.
Entonces, en tiempos de COVID-19, comparto unas palabras del papa Francisco vertidas en una de sus celebraciones, precisamente con escaso público, en la capilla de Santa Marta: Atención, no viralizar la Iglesia, no viralizar los sacramentos, no viralizar al pueblo de Dios. Las expresiones del Papa son un agente catalítico ante la realidad que se vive. En ausencia del templo abierto y de los sacramentos, ¿qué nos toca hacer?
Entre lo que nos toca hacer como católicos en esta pandemia es el de no caer en el peligro de llevar nuestra fe a la viralización de una misa transmitida por FaceBook Live y otros medios de comunicación social. Siempre vimos las misas radiales y televisivas como necesarias para los hermanos y hermanas encamadas o en prisión. En este mes han aumentado las cantidades de católicos de a pie y de católicos que habían abandonado la Iglesia que siguen nuestras misas por transmisión directa o diferida. Las cifras se han disparado, como quienes vemos una película exitosa de la pantalla grande. Logramos algo bueno, por supuesto, y nos regocijamos. En contraste, las experiencias religiosas, como son las misas, han sido planificadas y diseñadas desde el principio para ser presenciales, para vivirlas en el trato directo entre los feligreses. Una homilía virtual, por su parte, nos sirve de paliativo espiritual, a modo de entrega alternativo debido a las circunstancias de crisis. El objetivo principal de transmitir una misa a través del Internet no es sustituir, sino proporcionar acceso temporal a la celebración del sacramento de la eucaristía, durante esta emergencia.
Ahora bien, como dice el papa Francisco esto es un tiempo extraordinario porque la Iglesia es relación y es familiaridad. La Iglesia, los sacramentos, el pueblo de Dios …. ahora tenemos que hacerlo de este modo, pero para salir de este túnel…”. “No viralicemos la fe ni la Iglesia. La familiaridad concreta, con el pueblo, con el Señor, en la vida cotidiana, en medio del pueblo de Dios”.
Por ello, no debemos olvidar la familiaridad con y entre los hermanos. No debemos obviar el contacto y el acompañamiento del Pueblo, ya sea desde el distanciamiento. No olvidemos que la pandemia nos lleva al aislamiento físico y se corre otro riesgo: fortalecer el hiperindividualismo, y de suprimir de la caridad al prójimo. Esto es tanto para los sacerdotes como para todos nosotros como laicos. La sociedad del siglo XXI ha ido en ascenso continuo hacia un individualismo devorador marcado por el hedonismo, lo efímero y el culto al ocio, entre otros.
¿Qué nos toca hacer? Dado que un efecto adverso de este encierro de prevención es el fortalecimiento del individualismo, nos toca revisitar la exhortación de Aparecida de una Iglesia en salida, de una conversión pastoral post pandemia. Y aquellos que no han iniciado un proceso de salida tienen la oportunidad de hacerlo. De esta manera, el superior general de los padres jesuitas, Arturo Sosa, nos ubica en este tema cuando afirma: La pandemia ha abierto nuevas ventanas para descubrir el compromiso de Dios con la humanidad a lo largo de toda su historia. Un Dios que nunca ha sido indiferente a la condición humana y escogió el camino de la encarnación en la pequeñez de un pequeño pueblo y una familia pobre para mostrar el camino de la liberación humana desde el amor. Un Dios que no cesa de actuar en la historia, pero que depende de que nosotros nos demos cuenta de su presencia actuante, y escojamos esa forma de vida y acción para hacer de la historia humana una historia de amor que salva. (religión digital)
El dios de los milagros, el dios todopoderoso no nos abandonará porque el Dios de Jesús es el Dios de la Encarnación, es el amor que se expresa a todos los seres humanos. En cambio, en tiempos de pandemia parecería que hemos acuartelado a un dios pequeño e individual, en un rinconcito de cada casa; es decir, mi propio dios. Ese dios personal y aislado de la realidad del sufrimiento humano es un dios contrario al Dios Padre de Jesús.
De la crisis generada por la pandemia 2020 todos podemos sacar algo bueno para la Iglesia. Debemos mirar este tiempo pandémico como nueva oportunidad de un compromiso social y acción pastoral de todos los ciudadanos del Mundo, ateos y creyentes, agnósticos y filósofos, musulmanes y cristianos, políticos y científicos, por el Bien Común de todos los que habitamos la Casa Común.
El obispo alemán, Georg Bätzing, invita a ver este un tiempo oportuno para acercarnos a la gente y depende de nosotros si consolidamos esta proximidad o si nos volvemos a alejar. Esperamos que esta crisis nos enseñe lo mucho que dependemos unos de otros. Nadie, ni la gente ni los países ni la economía es una isla.
Fray Gerard Timoner, maestro de la orden de predicadores nos dice: ¿Serán nuestras vidas las mismas después de la pandemia? ¿Deberían ser las mismas? Las respuestas a estas preguntas están en nuestra decisión. Dios siempre invita a vivir y a entregarnos por el Otro. Es el tiempo de la Esperanza y cuando se abran las puertas de nuestras casas y templos vayamos al Pueblo, a las personas que esperan por los abrazos de los creen en Jesús el mismo que ha vivido en carne propia el dolor y la muerte, y nos ha redimido por sangre y por su Cruz.
Fr. Carlos Alberto Rodriguez Villanueva, O.P.
Para El Visitante