¿En quién confiamos y a quién amamos? Esa es la gran pregunta que nos hacemos cuando nos encontramos atravesando una prueba difícil, un agotamiento espiritual, un desierto largo o cuando no vemos luz al final del camino. Somos humanos y dentro de nuestra humanidad podemos encontrar nuestra limitada capacidad de poder ejercer los grandes valores que Jesús de la Divina Misericordia le compartió a Santa Faustina: la fe y la confianza. Con frecuencia solemos confundir la confianza y la fe que podemos colocar en las manos de un humano de la confianza que sí podemos colocar a los pies de Jesús de la Divina Misericordia. La confianza y la fe son el puente que nos hace recipientes de las múltiples gracias y bendiciones que Jesús tiene para sus hijos (as), que muchas veces son más de las que imaginamos. “No busco la felicidad fuera de lo profundo de mi alma, donde mora Dios, estoy consciente de ello. Siento como una necesidad de darme a los demás, he descubierto en el alma la fuente de felicidad, es decir, a Dios”, (Diario 887).
Cuando nos adentramos en el ejercicio de tener una fe plena y confianza en Él y no insistir en nuestras propias fuerzas humana, nos permitimos a nosotros mismos emular a Santa Faustina. Faustina, Mujer Eucarística, nos enseña que a través de la confianza y la fe podemos contemplar más vivamente a Jesús de la Divina Misericordia y como confiarnos a la Misericordia en tiempos de prueba. Santa Faustina es el ejemplo de la pura confianza en las promesas de Jesús Misericordia. Una confianza en donde ella permitía que sólo Jesús morara en su corazón y actuara según su voluntad. “Deseo ser pequeña, silenciosa morada de Jesús para que Él pueda descansar en ella. No dejaré acercarse a ninguna cosa que pueda despertar a mi Amado. El esconderme me permite tratar continua y exclusivamente con mi Amado”, (Diario 1021). En ocasiones, Faustina no entendía con exactitud lo que Jesús le solicitaba, pero ella con confianza y fe guardó su corazón solo para Él. Es por eso que debemos guardar para la Divina Misericordia, lo más preciado, nuestro corazón. Nuestro corazón se vuelve el lugar perfecto para que Jesucristo obre, se glorifique y actúe fuertemente a través de su Gloria.
Lamentablemente, vivimos en un mundo tan convulso que el testimonio más viviente de confianza y fe es mantener la mirada fijamente en Jesús de la Divina Misericordia. Él desea que practiquemos esta confianza a diario y no miremos hacia atrás porque en el proceso de prueba, ya que Él está obrando a nuestro favor y preparando algo mejor en el futuro. Dejemos la esclavitud emocional que muchas veces cargamos, que no nos permite sentir la paz y la templanza que la Misericordia desea regalarnos. Tomados de la mano de Jesús, podamos caminar tranquilos, apoyados en Él tenemos la certeza que sus promesas si se cumplirán. En este caminar en ocasiones, aprendemos que el silencio es nuestro mejor aliado para comunicarnos con Él dejando a sus pies nuestras aflicciones, sufrimientos y preocupaciones. Hablar con el Amado en pura fe, confianza y contemplación es el mejor regalo que nos podemos hacer como devotos.
¿Quién mejor que Él para saber lo que sus hijos (as) necesitan? Como todo buen Padre, Él ve nuestro esfuerzo, disciplina y confianza en estar cerca de Él. No tenemos nada que tener, su gracia y quietud arropa nuestro corazón. No hay lugar más grande que estar a sus pies. Él con su amor eterno, con su misericordia ante nuestras aflicciones de vida, el mismo que los vientos y los mares le obedecen, con solo levantar su mano logra poner en orden nuestra vida y todo tome el curso que Él desea para sus hijos (as). Demos el espacio de ejercitar nuestra fe, confianza y amor hacia los demás. Hagamos un espacio especial y único en nuestro corazón para Él. “Mi corazón es la morada más estable de Jesús. Además de Jesús nadie tiene acceso a él. De Jesús recojo fuerzas para luchar todas las dificultades y contrariedades. Deseo transformarme en Jesús para poder dedicarme perfectamente a las almas. Sin Jesús no me acercaría a las almas, porque se lo que soy por mi misma.Absorbo a Dios en mi, para entregarlo a las almas (Diario, 193).
Evoquemos el Salmo 84 en donde le suplicamos Misericordia al Señor para que aumente nuestra fe y confianza y logremos estar en paz. De Él emana la paz más pura, de nosotros Jesús Divina Misericordia espera que con humildad le podamos entregar nuestro amor, aflicciones, ilusiones, fe y confianza. No olviden que Jesús nos acompaña en todo momento, se glorifica en nuestras pruebas para llevarnos de la mano hacia la ruta de la Victoria. ¡No temamos a los designios de Jesús Divina Misericordia, sus planes y promesas siempre se cumplirán! Nuestro Padre siempre es fiel y su amor perdura por siempre en los corazones de los fieles.
Dra. Maricelly Santiago Ortiz
Para El Visitante