Contexto
Seguir el Evangelio a lo largo del año es un camino de espiritual, pero también tiene algo de geográfico. Sería bueno, para nuestro mejor conocimiento de la Biblia, que según vamos oyendo cada perícopa evangélica dominical buscáramos por dónde anda Jesús. De hecho, entre el domingo XXII y hoy, no hemos leído completamente los capítulos 7 y 8 de Marcos, lo que hace más necesario que leamos por nuestra cuenta lo no proclamado en misa, para tener un hilo más continuo del Evangelio y captar mejor el contexto de la enseñanza de Jesús.
Preparándose para subir a Jerusalén, el Señor anuncia que su misión exige sufrimiento y muerte (Mc 8,27-35), por ello se proclama también parte de un poema del Siervo de Yahveh (Is 50,5-10) al que respondemos con parte del Sal 114. Y el apóstol Santiago, en la segunda lectura, nos habla de la relación entre la fe y las obras (St 2,14-18).
Reflexionemos
Antes del pasaje de hoy, Jesús ha caminado por Galilea, ha salido a Tiro y Sidón, regresó a Israel, donde es abordado otra vez por los fariseos, por lo que decide apartarse bastante yendo a Cesarea de Filipo, donde ocurre lo que narra el Evangelio de hoy.
Han estado con judíos y sirofenisios, o sea tanto con creyentes como con paganos. Es interesante que después de ese recorrido, Jesús pregunte quién dice la gente que es Él. La narración de Mc no nos presenta, como Mt, la respuesta de Jesús aludiendo a lo que los católicos llamamos el primado de Pedro, pero no le falta su petición de que no digan nada sobre su mesianismo y su vinculación al primer anuncio e la pasión.
Un mesianismo sufriente, no estaba muy presente en las coordenadas de Israel, que esperaba un mesías que los liberara de la opresión romana, pero no era del todo descabellado, pues incluso lo encontramos en los poemas del Siervo de Yahveh de Isaías. En estos cánticos, el profeta nos lo presenta, como uno abierto a la escucha de Dios, que, a pesar del sufrimiento, es fiel a la voluntad divina y confía en que Él le dará la fuerza para superar las pruebas. Nosotros vemos el cumplimiento de ese personaje en Jesús. Ese tipo de mesianismo no se puede aceptar sin fe; por eso el camino que Jesús hace recorrer a sus discípulos, no es sólo geográfico, sino de fe.
De fe precisamente nos habla Santiago. En este pasaje tan conocido para nosotros, que nos pide equilibrar la fe con las obras. Así como el domingo XXII, Jesús y Santiago insisten en no quedarse en lo externo para vivir la verdadera religiosidad, pues ésta tiene implicaciones externas. No puede ser algo intimista y la mejor expresión de una verdadera fe son las obras de caridad. Ese es el termómetro perfecto, los frutos son la señal de que el árbol está bien, por ello una fe sin obras está muerta y las obras buenas prueban nuestra vida de fe.
La oración colecta de este domingo, tiene alguna sintonía con lo que hemos reflexionado. Pedimos al Señor que, para probar el efecto de su amor, lo sirvamos de corazón. La idea no es escoger entre caridad, fe u obras sino descubrir, que no se contraponen, sino que se complementan armónicamente.
Jesús no contrapuso el mesianismo triunfal al sufriente, sino que los integró, alcanzando la victoria por su cruz.
A modo de conclusión
Que la fe nos permita oír a Dios, como buenos siervos suyos. Que sepamos concretar nuestra fe en obras y no excluyamos de ellas los sacrificios por los cuales podremos unirnos a la victoria de Cristo.
Una verdadera vida de fe no desintegra la persona, sino que la integra más en sí misma, con Dios, con el prójimo y con toda la creación.
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante