Contexto

Según las normas del Año Litúrgico esta solemnidad de la Virgen precede sobre este domingo del tiempo durante el año y por ello se sustituye la liturgia del Domingo 20º por la de la Asunción. Esta fiesta, que corresponde al último dogma de la Virgen definido por el Papa Pío XII en 1950, tiene un formulario para la misa de la vigilia y otro para la del día. Para nuestra reflexión nos detendremos sobre todo en el de la segunda.

Durante los pasados domingos hemos oído poco a poco pasajes de Jn 6. Podríamos pensar que saltarnos la perícopa de hoy es una pena, pero trataremos de no perderla del todo.

 

La Asunción de nuestra Madre, concreta las obras grandes de Dios en ella (Lc 1,39-56), que a su vez da plenitud a lo que canta el Sal 44 de una reina. La ocasión nos invita a dar un vistazo hacia el fin de la historia (Ap 11, 19a;12,1-6a.10ab) y las consecuencias de la resurrección (1 Cor 15,20-26).

 

Reflexionemos 

La Palabra de Dios en esta fiesta nos hace volver la mirada hacia la Pascua. Por ello celebrar la Asunción de María es celebrar la victoria pascual de Cristo, iniciada con su resurrección y que culminará con la resurrección final y universal de la que la Asunción es anticipo. Lo que nos enseña Pablo hoy es fundamental: “Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto… Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto; primero Cristo como primicia; después, cuando él vuelva, todos los cristianos; … Cristo tiene que reinar hasta que Dios «haga de sus enemigos estrado de sus pies». El último enemigo aniquilado será la muerte.”

 

La glorificación de María, como todos sus privilegios, dependen de la Providencia de Dios y la redención de Cristo. En María, llena de gracia, Cristo siempre ha reinado, el pecado no la ha tocado por ello el enemigo-muerte ha sido ya vencido en ella por Dios, desde su concepción inmaculada que culmina con su gloriosa asunción. Por ello, María es el modelo de la Iglesia gloriosa que Juan contempla en el Ap: “Una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas… Se oyó una gran voz en el cielo: «Ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios, y el mando de su Mesías».” 

 

A modo de conclusión 

¿Qué tiene que ver Jn 6 con esta fiesta? En el pasaje que correspondía para este domingo (6,51-59), Jesús dice: “Yo soy el pan vivo…el que coma de este pan, vivirá para siempre…Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día…”

 

Llegar a participar de la gloria comienza con abrir e inclinar el oído hacia Dios (cf. Sal 44) y en parte depende de alimentarse del Cuerpo y la Sangre de Jesús. María abrió todo su ser a la Palabra de Dios, tanto que en ella se hizo carne. Esa es la carne y la sangre que Jesús entregó y derramó en la Cruz y hace presente en el sacramento de la Eucaristía. Aunque no nos consta, no habría que dudar de que, como parte de la primera comunidad cristiana, María haya participado de algunas Eucaristías. Nosotros para alcanzar la gloria a la que María ha sido llevada, tenemos en nuestras manos lo que necesitamos: acoger la Palabra y alimentarnos con la Eucaristía. Si anhelamos la gloria, aprovechemos estos dones, como lo hizo María.

 

Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes

Para El Visitante

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