Comentaba las formas externas en que el casado muestra su espiritualidad. Y mencionaba primero la comunicación de la pareja. En ella veía que se dan las actitudes que aparecen en la comunicación con Dios. Porque alguno preguntará: “¿Dónde está Dios en todo esto?”. El preguntar así muestra que se absolutiza la trascendencia. Responde el marido: “Por el hecho de que mi esposa y yo no mencionemos a Dios por nombre en nuestra conversación no quiere decir que Dios esté ausente. Donde hay amor, allí está Dios”. Aunque el aspecto trascendente de Dios sea menos reconocible en la comunicación marital apasionada, el aspecto inmanente vibra con intensidad. Dios es la vida y fuerza de nuestro amor. Tal vez se obscurece la línea vertical de la relación Dios y yo, pero está innegablemente presente el Dios horizontal que nos mantiene unidos en una relación amorosa. Dios crece en nosotros y entre nosotros en la medida en que nos relacionamos humanamente. En nuestra comunicación íntima su nombre no es el “Dios” formal del credo y el sacerdote, sino el “amor” informal de una experiencia vivida.
Los acuerdos. La segunda práctica de esta espiritualidad matrimonial es el acuerdo. No puedo imaginarme un matrimonio feliz donde el ceder no juegue un papel primordial. O se alternan los cónyuges en salir con la de ellos, o se forma un patrón indeseable de dominación y sometimiento. Casi no hay lugar en el matrimonio en que no se requieran acuerdos. Trátese de cómo conducir el carro, cómo gastar el dinero disponible, dónde vivir, o cuándo tener relaciones, el desacuerdo es inevitable. Aun pequeñas cosas como el modo apropiado de apretar la pasta de dientes puede causar conflicto. Cuando se trata de materias serias como la disciplina de los niños, o qué parientes invitar a la fiesta, puede acabar todo como el rosario de la aurora. En llegar a acuerdos se ejercita la espiritualidad.
La compasión. El acuerdo y la comunicación se entrelazan. Ambos tienen que ver con el mantenimiento de una relación amistosa entre los cónyuges. Pero la verdadera espiritualidad siempre supone más que un yo o un otro importantes. Para un seglar seguir en los caminos de Dios debe estar disponible al que viene a su encuentro. O por decirlo más claro la persona espiritual debe ser compasiva. Es una compasión y misericordia realizada entre los cónyuges y ambos ante el mundo tan necesitado. Y las formas concretas son múltiples.
Lo que es para el religioso la meditación y el rezo del oficio divino es para el casado la comunicación, los acuerdos, y la compasión. Son actividades que se pueden practicar dentro del hogar. Estas prácticas no niegan que Dios es todopoderoso y trascendente, sino que recalcan el aspecto de Dios más ligado a la vida seglar: su inmanencia. Los casados no tienen por qué sentirse inferiores si su vida de oración no es silenciosa, misteriosa y privada. Su testimonio de Dios como revelante (comunicación), como tolerante (acuerdos), y como presente en nuestros prójimos (compasión) es tan válido espiritualmente como el del religioso consagrado. Porque Dios es infinitamente más variado -y más simple- que cualquiera de los caminos a través de los cuales los humanos tratamos de contactarlo.
P. Jorge Ambert, SJ