En el Barrio Santiago Vega de Camuy, reside Octavia “doña Tavia” Sánchez Candelaria junto con su hija Sixta Romero Sánchez. A pesar de todo pronóstico médico, el sábado 24 de marzo, familiares y amigos festejaron sus 100 años de vida, aunque se cree que tiene unos cuantos años más; ya que según la misma Octavia, recuerda haber ido al registro demográfico a la edad de 5 años.

Al llegar a la residencia, se encontraba la centenaria sentada en una silla de ruedas disfrutando de su desayuno. Sin embargo, a pesar de sus limitaciones, la edad no ha borrado su memoria.

Huérfana de madre siendo apenas una niña, su padre quien trabajaba en un aserradero, la envió a vivir con una madrina y su esposo. Solo cursó el primer grado, pues como era usual en la época, le tocó quedarse en la casa para cumplir con las tareas domésticas. “A mí me criaron chiquita como de unos 5 o 6 años. Aprendí a lavar, a cocinar, a trabajar, a hacer todo lo de la casa. Fui maltratada trabajando, pero estoy aquí”, expresó la mujer que creció separada de sus hermanas, aunque se reencontró con una de ellas siendo adulta.

Sin base religiosa, fue por cuenta propia que Octavia desarrolló amor por la fe católica y devoción hacia la Virgen del Carmen. Como ella misma dijo lo más importante en su siglo de vida ha sido la misa.  Cuentan sus hijas y nieta, que para Tavia la misa no era canjeable. Las levantaba a tempranas horas de la mañana para esperar un pon que las llevara desde su casa hasta la iglesia o caminar a pie por espacio de más de media hora para llegar a la misa de las 7:00 a. m. Si llegaba visita les decía: “Yo voy para misa, si quieren me acompañan o si quieren me esperan hasta que llegue”, narró su hija Sixta.

También recordaron que hasta los 85 participó de los vía crucis, hasta hace unos años asistió a la iglesia y rezaba el rosario a primera hora en la mañana, al mediodía, a las 3:00 de la tarde y antes de dormir.

Al preguntársele si recordaba la misa en latín, asintió que hubo una época que “venía un sacerdote que hablaba en otro idioma, pero uno no entendía nada, después la cambiaron”. De igual modo, para esta devota de la Madre de Dios, María ocupa un lugar relevante en su vida ya que “así como un hijo es importante para una madre, una madre es importante para un hijo. Esa Virgen quiere a su hijo, lo tiene en los brazos, ¿cómo no va a ser importante para mí?”.

Según sus seres queridos, doña Tavia vivió una vida de sacrificio, entrega y fe. Consecuencia de la tuberculosis, su esposo falleció, quedando viuda alrededor de los 40 años con sus hijos aún pequeños. Por espacio de 14 años trabajó en el Centro de Servicios Múltiples donde “barría, lavaba pisos, ayudaba a las enfermeras a llenar potes, contaba pastillas para echarlas en sobres y sacaba fotocopias en el mimiógrafo”.

Entre sus mayores tesoros describió, que “la familia, es lo más grande que uno tiene después de Dios, porque Él va primero”. Precisó que fue con Su ayuda que la sacó hacia adelante “porque sola no podía”. “Yo le decía: ‘Ayúdame a que todo me salga bien’, ‘A que pueda criar a mis hijos’, ‘A que mis hijos vayan a la iglesia’, todo eso”, comentó la centenaria que encabeza cinco generaciones compuestas por 8 hijos, 12 nietos, 9 bisnietos y 2 tataranietos.

Sobre las dificultades de los tiempos, expresó que no hay por qué preocuparse ni por qué tomar “las cosas a pecho”, cuando principalmente se trata de hacer las cosas un día a la vez “porque todo pasa”. Aseveró que: “Si Dios nos tiene aquí, alguna prueba uno tiene que tener. Si uno la rechaza es más malo, pues es mejor aceptarla como sea. A Dios uno no pide con la boca llena gritando, lo hace con el corazón. El tiempo hay que cogerlo según venga, si es bueno es bueno y si es malo es malo, pero siempre arreguindados de la faldeta de Dios como yo digo”.

Por último, a quienes están alejados de la iglesia les exhortó a que: “Busquen a Dios, que no busquen las musarañas de las esquinas. Dios no está dividido, es uno y hay que aferrarse a Él porque la vida es una sola”.

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