Decía que tanto el monje como el casado viven la espiritualidad cristiana, pero de diverso modo. Son como las dos alas del guaraguao.  El monje pegado al Dios trascedente; el casado al Dios inmanente.  Ofrecerles una espiritualidad de trascendencia a los seglares es como equipar con pantaloncillos largos a los guerrilleros del Mekong. El clima no los tolera. ¿Por qué, entonces, insistirle a los seglares solamente en las prácticas de los religiosos para desarrollar su espiritualidad? Lo que necesitan es intensificar las prácticas espirituales cónsonas con su estilo de vida. ¿Y estas cuáles son? Las resumo en tres apartados.

1.  Comunicación: A los religiosos se les aconseja la meditación diaria, a los esposos la comunicación conyugal. Meditar es reflexionar en la propia vida a la luz de la voluntad divina. La comunicación es compartir con el cónyuge la propia visión de las cosas, de modo que se puedan entender mutuamente. Comunicación es permitir al amado conocer tus ideales, miedos, frustraciones y triunfos. Comunicar significa escuchar al otro como él es.

Decía un marido: “Mi esposa y yo nos comunicamos más profundamente a la hora de acostarnos. Cuando ya están en cama nuestros niños, no suena el teléfono, y hemos ultimado todos los posibles deberes del día, entonces hablamos. A veces con ira, a veces con humor. Pero hablamos. Tampoco hacemos un ritual del hecho. Si estamos demasiado cansados, o nos retiramos a horas distintas, no hay problema. Pero en general estas conversaciones de almohada son nuestra más importante forma de comunicación. Y, claro, luego hablamos juntos con Papá Dios.

En realidad, hemos podido recoger en estas conversaciones nocturnas las cuatro cualidades de una verdadera oración; adoración (afecto), contrición (excusarse por los errores), acción de gracias (gratitud por la camisa planchada o el piso lavado) y súplica (pedir cambios de conducta). De esta forma nos mantenemos en la misma onda, convertir nuestro matrimonio en un acompañamiento vivo. La comunicación entre los esposos es la equivalencia marital a la dirección espiritual. ¿Quién me conoce mejor y puede darme mejor y más apropiado consejo que mi esposa? Y yo para ella. ¿Quién me puede ayudar más a seguir el camino apropiado para mí en la vida?

La comunicación comprende más que la conversación. El abrazo, el tomar la mano, los afectos amorosos son todos formas de mostrar el interés por el otro. Y, desde luego, el sexo es parte de nuestra comunicación. En esa apertura y vulnerabilidad de piel a piel nos damos el uno al otro confiando en que esa donación del yo será aceptada y sumamente apreciada.

También es parte de la comunicación el señalar las buenas cualidades del cónyuge; o, (así lo expresamos mi esposa y yo), darle al otro un reconocimiento sincero al menos una vez en semana. Esta práctica convierte al hogar en un refugio, el lugar de cargar baterías para la lucha diaria”.

(P. Jorge Ambert, SJ)

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