Contexto
Comenzamos el Adviento. En este santo tiempo, hemos de preparar nuestros corazones, nuestras familias, nuestras parroquias, nuestro país y el mundo para la llegada del Señor. Por ello tenemos que estar vigilantes. ¿Podemos vigilar sin esperar? Iniciamos un nuevo año litúrgico aún con la amenaza de la pandemia. ¿Qué esperamos? Que se acabe, que llegue la vacuna, que se curen los enfermos, etc. Algunos han decidido comenzar la Navidad antes de lo que se solía hacer, como si con eso se resolviera algo. Bueno… algunos, al menos, piensan remediar, en algo, su bolsillo con las ventas de este tiempo.
Las lecturas veterotestamentarias (Is 63,16b-17.19b; 64,2b-7 y Sal 79) salen de dos contextos trágicos para Israel: la invasión asiria y el exilio babilónico. En medio del dolor se expresa la angustia y la esperanza del pueblo de Dios, que clama a Él como Padre (Is 63,16). Lo inesperado de las invasiones es sustituido por lo inesperado de la segunda venida del Señor de la que habla el evangelio (Mc 13,33-37) y ante la cual nos debemos preparar con la esperanza que nos da la fe en Cristo (1 Cor 1,3-9).
Reflexionemos
Si leemos con calma la primera lectura vemos una alternancia entra palabras de angustia y desesperanza con otras de esperanza y confianza. Los versículos del salmo son esperanzadores, pero si leyéramos el salmo completo veremos también esa alternancia. Algunos de los momentos duros de Israel se reflejan en las lecturas de hoy, aun así, el profeta exhorta a confiar en el Señor, que nunca abandona a su pueblo, sino que sale a su encuentro.
¿Acaso el Adviento no es un tiempo de alegría y esperanza? ¿Por qué escogieron estas lecturas para este primer domingo de Adviento, no es una contradicción?
Pienso que ambas cosas se complementan. No podemos vivir una verdadera esperanza y alegría de manera ilusa, como si viviéramos en el país de las maravillas. Conservar la alegría y la esperanza en medio de la tribulación expresa la veracidad de ambas, perderlas en medio de la tribulación refleja su falsedad, o al menos su flojera.
Isaías y el salmista proclaman la confianza de hijos en el Padre celestial en medio de los fracasos, pecados y maldad; e incluso en medio del ocultamiento del rostro divino. Aun así, la esperanza provoca el clamor confiado: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases…!”. Si Israel, que aún esperaba el Mesías, clama confiadamente a Dios en medio de toda esa tribulación, cuánto más nosotros que creemos en Jesús. Por eso, en la segunda lectura, S. Pablo nos exhorta a una esperanza más firme ya que no podemos olvidar los dones que el Señor nos ha regalado. Esa esperanza nos ayuda a enfrentar nuestras amarguras y a prepararnos para la manifestación final de Cristo, de la que nos habla el pasaje evangélico. Si nos preparamos constante y activamente no importa que no sepamos cuándo será su venida, pues siempre la estaremos esperando.
A modo de conclusión
La pandemia puede vivirse de manera trágica y temerosa o enfrentarse con esperanza cristina, la esperanza que brota de la fe en un Dios que es Padre, que nos ha dado a su Hijo como Pastor que da la vida por sus ovejas y ha derramado sobre nosotros su Espíritu que nos ha enriquecido en todo.
Ya el Adviento estaba en peligro de extinción. Ahora parece que algunos quieren darle la estocada final pensando que con brincar a Navidad olvidaremos las penas.
Pienso que la solución no está en ese autoengaño. Las penas que vivimos no son una ilusión. Podemos dejarnos derrotar por ellas o enfrentarlas como Isaías exhortó a Israel a hacerlo hace cientos de años. El Adviento nos enseña a vivir la verdadera esperanza que necesitamos para afrontar todo lo negativo. Salvemos el Adviento de la extinción y su espiritualidad nos ayudará a no desesperar.
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante