Todo está mezclado en la sociedad, en la comunidad y en la vida de cada persona: cualidades buenas e incoherencias, límites y fallos. En todas nuestras comunidades hay personas de muchos lugares, con sus historias, sus vivencias, sus opiniones, sus deseos, sus diferencias. Hay personas que no saben convivir con las diferencias. Quieren ser jueces de la gente. Creen que ellas tienen razón y los demás están equivocados.
La parábola del trigo y la cizaña ayuda a no caer en la tentación de querer excluir de la comunidad a los que no piensan como nosotros. La parábola del trigo y la cizaña explica de qué manera la fuerza del Reino actúa en la historia. Se necesita tener paciencia y convivir con las contradicciones y las diferencias, aunque se tenga una opción clara por la justicia del Reino.
A través de estas parábolas Jesús quiere explicar a sus oyentes que Él no ha venido a instaurar el Reino con poder, sino para inaugurar el proceso de los tiempos nuevos, en la cotidianeidad de la historia, de una forma que, a veces, pasa inadvertida. Sin embargo, su obra lleva consigo una fuerza inherente, un dinamismo y un poder transformante que poco a poco va cambiando la historia desde dentro, según el proyecto de Dios, ¡si tenemos ojos para verlo!
El inicio del Reino puede ser modesto como un grano de mostaza. Si no estamos atentos a lo que encierra su pequeñez corremos el peligro de no apreciarlo; sin embargo crecerá y cobrará vida. Dará vida también; los pájaros harán allí su nido y nuevas formas de vida se añadirán. El tiempo hará que las cosas maduren, pero todo habrá comenzado porque se supo ver el Reino de los cielos y al Dios del Reino en lo que parecía insignificante en la historia humana. El Reino se escapa de las manos de aquellos que sólo son sensibles a los grandes de este mundo. No se trata sólo de crecimiento sino también de transformación de la historia.
El Reino es levadura que fermenta la masa, que le da nueva vida. Lo que parecía inerte, se hace vivo. Lo que parecía muerto se convierte en alimento, da vida. Esa transformación requiere tiempo, se hace poco a poco, en un ritmo que es necesario respetar. Acoger la levadura de la gracia del Señor en nuestras vidas, es aceptar una transformación que nos haga alimento, servicio al prójimo y a la causa del Reino.
Padre Obispo Rubén González
Obispo de Ponce