Los grandes pensadores de todos los tiempos, comenzando con los afamados griegos hasta los ilustres filósofos de la era moderna, han tratado de entender lo que es incomprensible, la experiencia humana del amor. Los artistas dotados de gracias especiales han tratado de expresar su experiencia del amor, en la pintura, la música, poesía, literatura y canción. Toda expresión ha sido un intento fallido, ya que el amor, según se conoce, es más grande que la vida. En contraste, los que se arriesgan a aceptar la experiencia del amor desde la fe, caen en cuenta que el amor es todo un misterio. Los seguidores de Jesús, abrazan esa experiencia del amor, como parte de la doctrina de la Encarnación, según la revelación cristiana. Toda la vida espiritual tiene como eje fundamental esa verdad del Hijo de Dios hecho hombre (cf. Jn 13, 34).
Porque la condición humana ha sido divinizada, el bautizado se descubre capaz de amar al máximo grado. En el estado de vida cual sea, matrimonial, religioso o soltero, cada uno logra su realización plena y su felicidad, al grado que se entrega con sacrificio y convicción. Esa ha sido la norma evangélica (cf. Mt 16, 21-28).
La gran mayoría, inclusive muchos creyentes, usualmente, no cuestionan su propia capacidad, o aun, su habilidad de amar. Para estos, no es compleja la experiencia, pues su vida es un mero responder a sus instintos. Si es cierto que el amor es una inclinación de atracción por otra persona, también es cierto que el arrastre consecuente se podría limitar a una búsqueda egoísta de su YO. De acuerdo con los estudios hechos, el amor incluye la dimensión de atracción, intimidad y entrega. Estas tres facetas varían grandemente dependiendo de la madurez afectiva, emocional y psicológica de cada persona.
La atracción se vive como una dependencia normativa desde la concepción de la misma vida. El lazo que ata a la humanidad es la conciencia colectiva de una interdependencia de sobrevivencia. La relación primaria es comúnmente, utilitaria y conveniente. Su desarrollo se va desenvolviendo con mayor autonomía e intencionalidad. Esto, por supuesto, dependiendo de su madurez, como ya señalado. El ser humano gravita hacia sus semejantes, impactado por variantes culturales, raciales y sociales. No existen normas a seguir. Cada uno es un agente de su libre voluntad. De gustibus non est disputandum, reza una norma filosófica en latín. Afirma que cada cual puede escoger según sus gustos, sin lugar a argumentos. Como también señala el otro principio, “la belleza es de acuerdo al que la contempla”. ¡Esto también es parte del misterio del amor!
La dimensión de intimidad es algo más trabajada. La relación que se establece libremente entre las personas no necesariamente siempre llega al grado de intimidad deseado. No todos logran la capacidad de abrirse a la amistad, al amor, a modo transparente o auto revelador. Intimidad solo es posible desde el riesgo de la confianza. No toda relación debe presumir este grado de profundidad. Obviamente, lo primero que se desarrolla es una etapa de familiaridad, que va creando un espacio de riesgo hacia el otro. Cada cual decide a qué profundidad se desea llegar en la relación. Esta etapa queda marcada por interrogantes y dudas al respecto. Existe un cierto miedo saludable en esta etapa que desafía a los integrantes en la relación. Por ejemplo: si comparte o no los secretos de su vida ¿hasta qué grado puede hacerlo sin perder el poder de su autonomía? ¿cuáles serían las consecuencias deseadas si se asume el riesgo? ¿se es capaz de descubrir las intenciones personales que motivan la relación? ¿cuándo es el momento adecuado para el riesgo de apertura?, etc. Toda esta etapa es impredecible y determinante en la duración de la relación contraída.
La tercera dimensión, la entrega, solo se logra después de un escrutinio personal que capacita la toma de una decisión. Entiéndase, una decisión es acto de la razón, no de los sentimientos. Estos fueron parte normal de la experiencia inicial en la etapa de atracción. Ayudaron al proceso de auto revelación, pero no son suficientes para sostener ya una postura permanente en la entrega. El acto de auto donación, ante el arrastre del amor, presume la resolución de la mayoría de los conflictos surgidos en todo el proceso de la amistad. La entrega, como etapa determinante de la relación, no tiene garantías de nada, solo la fuerza convincente de que esta es la persona que se quiere seguir amando.
Como ya señalado, el amor seguirá siendo siempre más grande que la vida. ¡El ser humano no fue hecho a la medida! Lo que es todo un milagro inexplicable, es cómo ese corazón humano sigue mostrando potencial ilimitado de amar. Rasgos de divinidad, sin duda, son la capacidad de seguir amando y perdonando, aunque el amor no sea correspondido. Aunque el amor sea traicionado en la infidelidad. Seguir amando y perdonando, aunque sea herido una y mil veces. El seguir amando, aunque el enamorado sea juzgado y considerado (por lo que no lo están), como un tonto que no acaba de caer en cuenta, que esa otra persona, no merece ser amada. ¿Quién se atreve decir que entiende la lógica ilógica de la experiencia del amor? Atrevido siempre será el enamorado que no se cansa de amar…, ¡como Cristo mismo lo hizo, hasta la muerte!
(P.Domingo Rodríguez Zambrana, S.T.)