Martín nació de una madre negra panameña liberta y un padre blanco caballero español. Nació el 9 de diciembre de 1579 en su natal Lima, Perú. Los registros indican que su padre tardó en reconocer al mulato que quedó al cuidado de su madre. Aprendió algo de barbería y medicina a temprana edad. Su inclinación por una vida de fe y servicio profundo lo llevó a pedir admisión en el convento dominico en Lima a sus 15 años, pero por ser negro no podía ser religioso.
Esto no le impidió a Martín dedicarse completamente al servicio de prójimo, de todos, pero especialmente de los sin techo y marginados. La fama de su santidad se extendió con rapidez a causa de curaciones milagrosa por los cuidados de Martín. “Yo te curo, Dios te sana”, era su frase escueta y humilde, mientras luego oraba en silencio.
Fue duramente injuriado, insultado e incomprendido por ser negro. De ello queda registro histórico. El santo solía contestarlos con la cátedra del silencio y sonrisa humilde. En 1603 le concedieron la profesión religiosa de votos.
Tenía un huerto de plantas medicinales, tenía gran amor por los animales y utilizaba la finca de su hermana (de buena posición social) para dar cuidados a pobres. Enfermó y al poco tiempo murió en 1639, lo que fue un acontecimiento de dolor para toda Lima. Era llamado “el santo de la escoba” por su espíritu trabajador que daba de comer al necesitado. Fue canonizado por San Juan XXIII el 6 de mayo de 1962.
San Martín y el Maestro Rafael
Muchas son las similitudes entre San Martín de Porres y el Maestro Rafael en Puerto Rico. Ambos dedicaron sus vidas al servicio de los pobres. Cada uno propagó la doctrina católica desde su llamado particular. Un dato interesante es que el día en que se conmemora el nacimiento de San Marín, el 9 de diciembre, para el 2013 el Papa Francisco declaró que el Maestro Rafael había vivido heroicamente las virtudes cristianas.
También en ambos se destaca un espíritu de trabajo intenso y avasallador, incluso para sustentar sus obras de caridad. El santo peruano trabajó su huerto para dar alimento y medicina a los necesitados. El Maestro puertorriqueño, con su humilde faena de confeccionar cigarros y arreglar zapatos ofrecía sus clases de forma gratuita y en rechazo absoluto a salario por las mismas. Obligado a aceptarlas, repartió el dinero entre sus estudiantes más pobres y las personas sin techo en el Viejo San Juan.
Ambos personajes de raza negra vivieron la infamia y crudeza del racismo de sus tiempos. La esclavitud afectó de alguna manera sus vidas. Y no hicieron distinción entre blancos, indígenas o negros, entre ricos o pobres; mucho menos perpetraron esa reacción a consecuencia de las injurias raciales. Más bien, dieron ejemplo y fueron agentes de cambio social en sus respectivas ciudades metropolitanas. El Maestro fue autodidacta y enseñó sus conocimientos de lectura y otras materias a los niños marginados en la ciudad amurallada de San Juan, pero también a niños de familias pudientes que también acudían a él. En definitiva, los dos marcaron las realidades particulares de las ciudades con un testimonio de fe, esperanza y caridad.
Enrique I. López López
Para El Visitante