Me causa indignación y frustración cuando escucho que hay mujeres (y hombres también) que se sientan todos los días ante el televisor por cuatro y seis horas a ver novelas, y se dejan “hipnotizar” por la trama de estas. Hombres y mujeres que, por lo general, no toman un buen libro en sus manos para nutrir su intelecto y su espíritu, pero sí se “entretienen” con las novelas del momento. Hombres y mujeres que no tienen tiempo ni interés en leer un buen artículo en la Internet. Prefieren las novelas de “la tele” que les entretienen y les emboban. De esta manera no tienen tiempo para pensar en su propia realidad ni en la realidad que vive nuestra patria puertorriqueña.

Poco les importa que la temática se repita una y otra vez. Poco les importa que los valores que le machacan no tengan que ver con la fe que ellos profesan. La idea es no pensar; ni en sí mismos ni en los posibles caminos que Dios les muestra. Tampoco les importa participar en actividades especiales de su Iglesia de preferencia o en otras actividades sociales de su comunidad. La excusa siempre es la misma: “Estamos muy ocupados”.

Quien “desperdicia” día a día el tiempo que Dios le regala, nunca más recuperará ese tiempo. Las novelas ocupan un lugar “importante” en la vida puertorriqueña. Hubo un tiempo en que las novelas solo duraban media hora y muchas de ellas tenían temas muy humanos. Ahora las novelas duran una hora, y muchas veces dos y tres horas.

Valdría la pena analizar las temáticas que los promotores utilizan para “embobar”, “apaciguar” y hasta “adormecer” a nuestra gente. Nadie puede negar que detrás de todo este montaje hay mucho dinero y mucha manipulación para tener un mejor control de nuestro pueblo. Las novelas no son indiferentes a lo que el pueblo vive. Las novelas tienen su propósito al captar y seducir al televidente.

En el pasado las novelas narraban la vida campesina, la vida de los pobres, y las intrigas a las que éstos se enfrentaban. Hoy la temática es la violencia, el sexo, los chismes, las infidelidades, el maltrato, el robo, la deshonestidad, las drogas…y todo sancionado por el “dios” cuya imagen nos hemos creado. Llegamos hasta pensar que la “felicidad” y el “éxito” están en destruir al otro. Hacer daño, no quedarme “dao” se convierte hoy en la norma de aquellos que desean ser exitosos.

Hay personas que dirán que estas novelas unen a la familia. La experiencia que conozco es todo lo contrario. Durante las novelas las personas no se hablan; hay que estar centrado en la trama que nos absorbe.

Pero tampoco somos críticos de la trama de las novelas. Al contrario, nos gustan, nos excitan y nos enmudecen.

No podemos afirmar que las novelas unan a la familia. Puede darse el caso en que los miembros de la familia estén en la misma sala, pero la misma dinámica de la novela no permite que la familia entre en otra dinámica. Y hay muchos casos en que unos miembros de la familia ven una novela en la sala y otros ven otra en otro lugar de la casa. Hay novelas para todos los gustos. Lo importante es captar la atención de la persona y seducirlo.

Sin embargo, lo peor de todo es que las novelas quitan atención, tiempo y afecto que debemos a los hijos y a nuestra pareja. Impide el diálogo y la comunicación efectiva y afectiva. No hay tiempo para sentarnos juntos y dialogar sobre los asuntos que son vitales y nos atañen a todos. No hay tiempo para la oración personal y mucho menos la oración en familia.

Es interesante que los canales que nos atragantan con estas novelas han logrado su propósito: convertirlas en el pasatiempo favorito de los puertorriqueños. Tanto es así que las noticias han pasado a un segundo plano; ya no hay noticias de gran relieve. Pocas noticias mundiales, nada de noticias religiosas (excepto las negativas), y prácticamente las únicas noticias de Puerto Rico son las de violencia y los chismes entre políticos. Como si nada más existiera.

A cada momento estos canales suspenden o cambian el horario de las noticias para satisfacer a los puertorriqueños que se desviven por el placer de las novelas. Somos nosotros los principalmente culpables de esta dimensión que tanto está afectando nuestras relaciones y nuestra vida cristiana.

Desde la perspectiva cristiana (quiero creer que mi pueblo es cristiano en su mayoría), no es posible quedarnos callados ante la adicción a las novelas que vive nuestro pueblo. No podemos permitir que nuestra gente buena continúe desperdiciando el tiempo que Dios les regala; que nuestra gente siga embobándose de tal manera que ya no pueda pensar correctamente. No es posible que, como creyentes, olvidemos que el tiempo desperdiciado, aunque sea media hora, no tenga importancia en mi vida personal y familiar. El tiempo es un regalo de Dios y una vez que se escapa ya no vuelve más. Si lo hemos usado correctamente, se nos premiará por el bien que hemos hecho. Si no lo hemos usado bien, se nos pedirá cuenta.

(P. Miguel A. García, C.Ss.R.)

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