La democracia es la forma de gobierno donde el poder es ejercido por el pueblo, mediante mecanismos legítimos de participación en la toma de decisiones. La autoridad política ejerce sus poderes y funciones a nombre del pueblo y es responsable ante él. Los organismos representativos deben estar sometidos a un efectivo control por parte del cuerpo social. Este control es posible mediante elecciones libres, que permiten elegir y también sustituir a sus representantes. La obligación por parte de los electos de rendir cuentas de su proceder es un elemento constitutivo de la representación democrática.
La Doctrina Social de la Iglesia insiste en que la existencia de elecciones libres no es indicador suficiente para afirmar que un régimen es democrático. La verdadera democracia exige que los diversos sujetos de la comunidad civil, en cualquiera de sus niveles sean informados, escuchados e implicados en el ejercicio de las funciones que el gobierno desarrolla (CDSI 190). Esta participación activa y efectiva solo puede lograrse si los medios de comunicación son objetivos, fundados en la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad (CDSI 414). La participación insuficiente o incorrecta de los ciudadanos, debido al desinterés en los asuntos sociales y políticos, o criterios no fundamentados en la verdad, obstaculizan la democracia (CDSI 190).
En la encíclica Centesimus Annus (CA 46), el Papa San Juan Pablo II destaca que: “La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado. Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad”. Al describir los riesgos para las democracias actuales, identifica al relativismo ético como un obstáculo al ejercicio de la democracia.
El relativismo erróneamente denomina a aquellos que creen en una verdad única, a la que se adhieren con firmeza, como antidemocráticos. De igual forma tienden al error de identificar la verdad con la postura de las mayorías. Nos dice San Juan Pablo II: “A este propósito, hay que observar que, sino existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia”.
Una auténtica democracia descansa en valores fundamentales a la con- vivencia social: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre y la primacía del bien común, como fin y criterio regulador de la vida política. Si no existe un consenso general sobre estos valores, se pierde su significado y se compromete su estabilidad. La democracia es un medio y no un fin (CDSI 407). Por tal razón, quienes tienen responsabilidades políticas, deben ejercer el poder que les ha sido delegado con espíritu de servicio (paciencia, modestia, moderación, caridad, generosidad). La autoridad debe ser ejercida por personas capaces de asumir, como finalidad de su actuación, el bien común y no el prestigio o el logro de ventajas personales (CDSI 410- 412). La democracia contiene los elementos esenciales para construir una sociedad de libertad, paz y justicia, pero requiere la participación activa e informada de los ciudadanos y el servicio de las autoridades políticas a los intereses del bien común. ■
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Nélida Hernández
Consejo de Acción Social Arquidiocesano
Para El Visitante