El principio fundamental de lo que nos enseña la Iglesia sobre las relaciones humanas es la dignidad de la persona humana. El ser humano, creado por Dios para la trascendencia, ha de ser sujeto de su historia. Los organismos sociales y las múltiples expresiones en su vida social tienen un fin último: servir a su realización plena, según los designios de Dios. La Iglesia Católica a través de su Doctrina Social afirma que la sociedad humana existe exclusivamente por las personas y para las personas (Compendio de Doctrina Social 106). Esta afirmación se ha hecho evidente en las denuncias que ha hecho la Iglesia, a través de la historia, de violaciones y atropellos a la dignidad humana y en su llamado a que los fieles sean defensores de esta. En el Documento de la V Conferencia Episcopal Latinoamericana, celebrado en Aparecida 2007, se define como una responsabilidad de los discípulos de Cristo del presente, “luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona humana” (Aparecida, 112).

La postura de la Iglesia contrasta con lo que la cultura moderna nos modela: “Tanto tienes, tanto vales”. A pesar de que la lucha por la defensa de las personas y su igualdad de derechos se ha proclamado casi universalmente, hemos sido testigos, en el Siglo XX y XXI, de las atrocidades más grandes en torno a los atropellos a la dignidad humana: exterminios masivos de grupos étnico/religiosos, genocidios, trata de personas, discriminaciones de índole económica/social. Todas estas conductas parecen indicar que, para la cultura moderna, todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros. Ante esta realidad social, surge el llamado de la Iglesia a una opción preferencial por aquellos que carecen de las condiciones básicas para poderse desarrollar plenamente. Dentro de este grupo se encuentran las personas que han nacido con condiciones físicas limitantes, o que las han adquirido en el transcurso de su vida. Una opción preferencial significa que hay que atender con mayor cuidado y atención a estos grupos de personas, respondiendo a sus necesidades físicas, emocionales y espirituales. Tanto la Iglesia, como el Estado, las asociaciones de personas y cada uno de nosotros tienen esta obligación.

La Iglesia, como propulsora de esta opción preferencial, mantiene miles de hogares para ancianos y minusválidos en la India, un país que no es predominantemente católico. En España la Iglesia sostiene 876 casas de minusválidos y ancianos, a través de Cáritas. Tiene además la responsabilidad de desarrollar actividad pastoral para atender las necesidades espirituales y sacramentales de las personas con impedimentos físicos y mentales. En esta tarea es menester que las parroquias identifiquen las necesidades especiales que puedan existir dentro de su territorio. Las personas con discapacidades son igualmente valiosas ante los ojos de Dios y deberían serlo para nosotros.

El estado, dentro de su función primaria de propiciar el bien común, tiene que responder a las necesidades especiales de estos grupos de personas mediante legislaciones que promuevan su pleno desarrollo y que impidan el discrimen laboral, educativo y salubrista. La legislación vigente en nuestro país establece unas medidas protectoras para los discapacitados. Sin embargo, la prioridad que se da al poner en práctica estas leyes muchas veces no existe. Como un ejemplo, en Puerto Rico específicamente se ha divulgado ampliamente la incapacidad del gobierno en cumplir con las exigencias de servicio educativo bajo los programas de Educación Especial.

La sociedad muchas veces no es sensible a las necesidades de grupos especiales y muestra poca solidaridad con la defensa de sus derechos. Se tiende a ver a las personas con limitaciones físicas como cargas económicas, que disminuyen su valor social. Esta actitud es totalmente contraria al Evangelio. El primer gran mensaje de Jesús, las bienaventuranzas, es la esperanza de los miles de millones de marginados en el mundo, que incluye a los discapacitados y ancianos. Pero en nosotros, como sus hermanos, recae la responsabilidad de hacer valer su dignidad y darle vida a esta esperanza.

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