A la orilla de la playa, en uno de los tantos malecones que hay del sur de Borinquen, estaba reunido con un familiar muy querido. Sacó el tema de que era ateo, como evocando un tópico controversial. Con algunas creencias mezcladas, algo del budismo y algo del judaísmo, justificaba sus ideas y sentir. Con una crianza y formación de fe parecidos a los míos, es muy probable que su experiencia de fe, vida y modelos fueran distintos. No obstante, ambos mirábamos en la misma dirección, hacia el Mar Caribe, hacia lo trascendente…

Aunque en su planteamiento era firme, simplemente lo escuché pacientemente. No estábamos en un debate o competencia. Incluso, disfruté de esa manera tan personal de sustentar sus ideas con sus experiencias. No quería convencerme, más bien buscaba la manera de molestarme porque conocía muy bien mi férrea convicción y experiencia de fe. Justo a la puesta del sol me sorprendió con estas preguntas: ¿Qué piensas tú? ¿Dios realmente existe? ¿Hay algo más allá? Contesté algo escueto y simple, sin ese ánimo de discutir sino con el ánimo de creer: Sabes lo que pienso, lo que siento y lo que creo. Sí, no te lo podría probar porque es misterioso, pero Dios existe y hay algo más allá. Me escuchó como esperando esa contestación, como esperando una afirmación importante, sabiendo que esa fe me había sostenido en momentos de grave dificultad y sonrió. Luego brindamos. 

En la controversia de no acabar, solo el ejemplo es la manera más eficaz de predicar. El prójimo -que es mi próximo- observa y conoce el ejemplo de vida. Que a pesar de los aciertos y desaciertos -porque nadie es perfecto- la voz de Dios puede manifestarse por una decisión, por una llamada, por una visita, por una invitación, por un mensaje, por una breve oración en la mesa, por recordar las fechas importantes, por un detalle… Todos los anteriores son actos concretos, no predicaciones con discursos y datos. Una de las pocas formas que los seguidores de Jesucristo tenemos para predicar en el mundo actual de digitalización, crisis y cambios es el ejemplo. 

Pero uno vivido de manera tan contundente que pueda dar respuestas a quienes las buscan. Que digan él o ella cree realmente, él o ella es feliz, ese actuar de él o ella me conmovió. ¿Por qué es así? ¿Qué tiene? ¿Por qué es tan feliz a pesar de la adversidad? ¿Cómo puede? Al final, hay que ir predicando por doquier, pero con el ejemplo.

Enrique I. López López

e.lopez@elvisitantepr.com 

Twitter: @Enrique_LopezEV 

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