En esta historia, san Lucas nos presenta a un discapacitado mendicante. Es un ciego de nombre Bartimeo, hijo de Timeo. Es un personaje y relato tan importante que lo mencionan varios Evangelistas (Lc 18, 35-43; Mt 20, 29-34 y Mc 10, 36-52). Bartimeo escuchó el ruido de la multitud que seguía a Jesús al salir de Jericó. Puedo imaginar el murmullo y las voces de los fieles. Cuando le dicen a Bartimeo que era Jesús el Nazareno el que pasaba, empezó a gritar: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”, (Lc 18, 38).
Lo primero que podemos intuir es que Bartimeo había escuchado los milagros que hacía Jesús de Nazaret. Además, imagino que averiguó que Jesús era descendiente del linaje del rey David (cf Mt 1, 1-17), porque para los hebreos, el origen de la familia es importante. Imagino que comprendió que en Jesús se cumplían las profecías y la esperanza del pueblo de Israel. Podemos aprender de Bartimeo a entender y aceptar que Jesús es nuestro Mesías, que fue anunciado por el Espíritu Santo a través de los Profetas. Es el Salvador esperado. Aprendamos de Bartimeo a poner en Jesús toda nuestra fe y esperanza.
Otro punto importante en este relato es que la gente le pedía al mendigo que se callara. Sin embargo, Bartimeo gritaba con más fuerza (cf Lc 18, 39). Hagamos como Bartimeo, clamemos con más fuerza para vencer las distracciones que acallan nuestra fe. Así le dijo Cristo a sus Apóstoles: Rezad para no caer en tentación (cf Mt 26, 41). Por otro lado, ante los que nos piden que callemos porque no es socialmente aceptable hablar de Dios recordemos que, si dejamos de clamar, hasta las piedras clamarían (cf Lc 19. 40) Nos dice el Santo Padre Francisco que “hagamos lío”. Proclamemos que Jesús es nuestro Salvador.
Entonces, Jesús le pregunta a Bartimeo ¿qué quiere que haga por ti? Bartimeo le dice: “Señor haz que yo vea”, (Mr 10, 51). Jesús desea saber las ansias de nuestro corazón y que le contemos nuestras necesidades. Señor haz que yo vea el porqué de cada situación incomprensible, cada tropiezo en el camino, de tanto sufrimiento a nuestro alrededor, de nuestras propias cruces. Así que clamemos en nuestra oración como Bartimeo: “Señor haz que yo vea”.
Pidamos con fe. Si es por nuestro bien, el Señor nos lo concede en su tiempo. Fíjense que Jesús le dice a Bartimeo: “Tu fe te ha salvado” (Mt 10, 52). Cuando veamos el milagro, sigámoslo como hizo Bartimeo y demos testimonio de cada milagro en nuestras vidas.
Hay un detalle importante en el relato de san Marcos. Cuando Jesús llama a Bartimeo, para que vaya hacia Él, dice el evangelista, que el ciego dejó y arrojó su capa (cf Mr 10, 50). Aprendamos a dejar nuestra ropa vieja, nuestros pecados y costumbres arraigadas y las injurias pasadas para poder acercarnos a Jesús. Así seremos hombres nuevos para tiempos nuevos. Seamos odres nuevos para vinos nuevos (cf Mt 9, 17). Recibamos los sacramentos, las gracias que la Iglesia que es Madre nos ofrece. Recibamos el agua viva de la Palabra proclamada. Así tendremos en Jesús una nueva vida y una vida en abundancia (cf Jn 10, 10).
Natalio Izquierdo, MD
Para El Visitante