Las huellas del tiempo marcan la experiencia humana. La vida, lo más valioso, tiene una contraseña; “primero vivir y después filosofar”. Esa tajada de tiempo, que nos toca a cada uno, identifica un proceder, una manera de capear la tempestad, con propósito de enmienda; hacerlo bien. Transcurre el tiempo con exactitud de reloj suizo, con categoría firme; todo pasa.
Cada ser humano trae su encomienda; transformar la realidad en que vive y se desarrolla. Los primeros encuentros con la realidad están acompañados de llanto, sutilezas, debilidad amparadas por los padres y familiares. De esos años fértiles por el cariño y el abrazo brotará la dulce búsqueda, una mirada de inocente corazón que hace la diferencia para los cansados de la travesía existencial.
El amor y la transparencia de los ideales van en busca de la verdad, de los porqués filosóficos, de la duda que siempre aparece. Sacar lo máximo de donde nacimos o crecemos es tarea primordial, un atisbo de fe ayudaría a ampliar la ruta, a extraer la bondad de las cosas, a amar la circunstancia que rodea el momento de superación y emancipación.
No hay cabida para el hastío, ni para lo fácil, en un mundo con encomiendas claras y precisas. Cada día tiene lo suyo; una agenda complicada que requiere de luz especial para no caer en las ilusiones ópticas que merodean por cada esquina. Ser como niños, exigencia de la Palabra Santa, pulveriza el egoísmo y la ambición, y las convierte en plenitud de pensamiento digno y decoroso.
Lo importante es vivir, traer al pensamiento la exquisitez genuina; “todo es gracia”. No se vive con el mero salario humano, hay alcancías de misericordia por todas partes. Esmerarse en encontrar los tesoros providentes es edificar el mundo desde sus cimientos, abrazar con genuino interés la causa de Dios, la causa del prójimo.
En la época de los dioses efímeros del dinero y el placer, se plantea la verdadera genuflexión al Dios verdadero. Estas rutas mundanas se elevan en oración cada vez que la justicia se refleje en cada vecindario y se da de beber al sediento y se da de comer al hambriento. La alegría verdadera brota a raudales al bajar a la casa del pobre, al limpiar el rostro de los afligidos.
Cada minuto cuenta en ese reloj que viaja con nosotros y señala el tiempo de hacer el bien. Dentro del hombre habita la verdad y se extiende como un sol de claridad única. Se nace, se vive y se muere. La vida subyace sobre esas realidades que acojinan o maltratan a aquel que vive a obscuras, que desconoce sus ideas fundamentales.
El año 2020 nos deja una lección categórica; lo amargo también existe. Esa ración de miedo, frustración y pena, moldean nuestro corazón y nuestra mente. Seguir adelante es un imperativo de la vida misma. Todos juntos bordeamos la vida dura y perpetuamos la nobleza de corazón que es antídoto para todos los males.
¡Felicidades!
P. Efraín Zabala
Editor