El muro nacional donde se coloca el tema prioritario cambia a diario. Se baraja entre la educación, cambia a la salud, la politiquería, la corrupción -mucho más de lo que todos quisiéramos- y conciertos los famosos. Todo tema tiene color, acción, reclamo hasta argumento y hasta vanidad. Pero, el tema de la pobreza nativa no suena, simplemente subyace a tal punto que es costumbre ignorarlo.
El Instituto de Estadísticas de Puerto Rico publicó en meses recientes una baja leve en el porcentaje de familias en pobreza. Esto al citar un estudio del U.S. Census Bureau entre el 2016-2020. Cantar victoria es ignorar que en ese mismo tiempo se tuvo una temporada de huracanes 2017, una serie sísmica y el inicio de una pandemia que obligaron a familias enteras a cruzar el charco para buscar el pan nuestro de cada día. Esos años significaron el éxodo de miles por las circunstancias tan complejas, la falta de empleos remunerados, el alza en el costo de vida y otras misas sueltas… La pobreza es un problema de dimensiones colosales que no va a desaparecer, pero, no hay un proyecto claro para ayudar al pobre.
La propia existencia de la pobreza es prueba clara de la falta de solidaridad y del pecado social. Padre Zabala, de feliz memoria, cuestionaba con frecuencia ¿quién se acuerda de los pobres? Hoy el Evangelio invita a despojarse de tanto, dar limosna a los pobres, seguir el camino con Jesús y lanza una advertencia: Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Las palabras de Jesucristo insisten en prepararse, estar listos y colocar nuestra atención no en lo que este mundo ofrece sino en la patria celestial.
Oremos juntos y actuemos por los pobres desde el vientre materno hasta los que serán llamados a la Casa del Padre en suelo boricua, por los desempleados, los que les falta el alimento, el agua, un techo, los que son pobres de ternura porque no tienen el cariño de sus seres queridos y viven la soledad. La ternura de Dios, como insiste el Papa Francisco, necesita emisarios en cada esquina del archipiélago borincano.
Enrique I. López López
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