Los ojos son el espejo del alma, dicta un refrán popular. Ojos, manos, pies, pensamientos y sentimientos indican dónde está nuestra atención, nuestras prioridades y nuestro tesoro; dónde nos encontramos, hacia dónde nos dirigimos o iremos. Es como el matrimonio que espera un bebé y de repente ahora ve embarazadas por todas partes y como el que tiene ojo clínico porque sabe leer las intenciones o mañas del otro.

Hace poco, en una reunión fraterna, me pidieron un consejo por una relación que va encaminada al matrimonio. “Revisa dónde está su mirada; si su mirada está hacia el cielo, hacia sí mismo o hacia al lado. Si mira hacia arriba hay fe…”, fue lo que me salió. No se trata del nervio óptico, del color exótico o la forma pícara de mirar, sino de hacia dónde señalamos -como personas integrales- nuestras prioridades por las que sacrificamos o sacrificaremos, por todo lo que somos. ¿Señalamos hacia una meta profesional? ¿A una seguridad económica y saldar deudas? ¿A un status y reconocimiento social? ¿A un buen carro, casa o bote? ¿A viajar o vestir de marcas? ¿Hacia dónde se dirige mi camino espiritual? 

Cuaresma sabe a conversión, cambio, sacrificio y reflexionar a ese qué estoy haciendo y dónde está mirando mi alma. Y es curioso que ese qué ves es una consecuencia evidente que los demás pudieran hasta intuir. Por eso el árbol lo conocen por sus hojas y las huellas señalan dónde está el pie.

Ahora bien, lo más curioso es que para orar y realmente dejarse iluminar por Dios en la oración se suele apagar tal vez el sentido más fuerte que tenemos cuando se cierran los ojos. Es casi instintivo cerrarlos al recibir un sacramento o estar en presencia de un momento que señala a Dios por respeto, por santo temor y reconocimiento de la presencia de Dios.

Trabajar ese fiat lux (hágase la luz) espiritual y personal, ese encuentro con Jesucristo, es la prioridad cuaresmal más urgente. ¡Él es la luz para nuestros ojos, el agua que nos limpia, el fuego que nos purifica y las fuerzas que necesitamos! ¿La clave? La vida sacramental en la confesión, la comunión… y ese ora et labora (orar y trabajar) día a día. Lejos de la luz solo hay su ausencia.

Si lees estas líneas solo puedo agradecer a Dios por ti y le pido que te bendiga. Ante la verdad absoluta de que lo único que tenemos es tiempo, es legítimo reflexionar: ¿Dónde me encuentro? ¿Mi vida señala a Dios? ¿Necesito un cambio? ¿Qué espero? 

Enrique I. López López

e.lopez@elvisitantepr.com 

Twitter: @Enrique_LopezEV

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