Pancho le gusta estar al lado del camino, en la calle, donde está la movida. Con su elixir mágico apaga toda preocupación, toda culpa, todo dolor, toda responsabilidad… Pero, la poción no es gratis y su efecto es temporero. Para mantenerse up, tiene que darse otro trancazo que lo envía al espacio sideral. Vivir en ese mundo abstracto paralelo primero fue una diversión, luego una respuesta rápida, un escape y ahora un estado de vida que lo obliga al pide, pide por su alto consumo. Cuando no cae mucho, su único remedio es “alguito prestao’”. La encerrona es enfermedad, ya no encuentra cómo salir y no sabe si quiere.
Da igual si son drogas legales o ilegales (alcohol, cigarrillo, cannabis, cafeína, cocaína, alucinógenos, etc). Da igual si es comida, ¿azúcar?, aromas, sonidos o placeres sensoriales. La gula amenaza con destruir todo a su paso con su exceso voraz, pérdida de control y desenfreno al consumir. Incluso su raíz del latín glutiere significa devorar. Es un desorden que ensucia el alma desde las apetencias sensibles que provocan placer.
Todos hemos visto las secuelas de la gula en la obesidad, la drogadicción, el alcoholismo… Claro, se tornan evidentes al ojo porque todo desemboca en un mal uso de los bienes y la valoración del ser; en un deterioro obvio. Cuando se pierde el control y se crea conciencia del problema es como aquel palito que creció y rompió la acera y va por el asfalto; ya es un poco tarde. Las Sagradas Escrituras alertan: No vayas detrás de tus pasiones, (Si 18, 30). “La virtud de la templanza conduce a evitar toda clase de exceso, el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas”, (Catecismo, 2290).
Para batallar la gula hay tres elementos claves: la templanza, el ayuno y la disciplina. La virtud moral que se contrapone con la gula es la templanza, virtud que ayuda a controlar las apetencias sensibles. Identificar el problema, enfocarse, reconocer, confesarse, comulgar, informarse, educarse, crear una estrategia, trabajar la disciplina y ejecutar un plan de metas a corto, mediano y largo plazo, si se cae volver a comenzar rápidamente y orar son algunas de las formas de responder a este torbellino.
El tiempo cuaresmal señala una de las prácticas para alcanzar el temple anhelado: el ayuno. Implica renunciar a un bien sensible en la búsqueda de un bien mayor: Dios. Se pretende controlar o más bien dominar esas apetencias sensibles mediante una elección personal. No se trata de dejar de comer sino de hacer una comida o moderarse; no ir a la nevera a cada rato. Al menos comenzar con un pequeño sacrificio. ¡Hacer algo! Y, por amor fraterno, cooperar con el prójimo si su lucha es evidente.
Enrique I. López López
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