Se abre el telón de un año que es agenda humana y anhelos de virtud y convivencia. El tiempo transcurrido, teñido de pandemia y sin sabores, queda como una reserva real para hacer frente a ese calendario de paz y guerra, de luces y sombras, de éxitos y fracasos. Con Dios todo, sin Dios nada, es un pensamiento de hondo calado espiritual, una nota siempre al calce de todo el misterio de la existencia.

     Es urgente abrazar los ideales que sustentan todo lo noble y justo que batallan contra los vacíos e impulsos de los que se creen dominadores del mundo. La lucha por tronchar de raíz la pobreza no es un mero cometido de pequeños gladiadores, sino de esforzados quijotes que fomentan la justicia y la verdad entre la vasta mayoría de rostros en grito de auxilio.

     El gran entusiasmo de repechar la cuesta de enero tiene identidad propia; hacer de Puerto Rico un gran país, una universidad de hermandad y participación, un lugar habitable por su estilo de comensales siempre en actitud de ofrecer pan y cariño. El exorcismo de la buena voluntad tiene que sustituir a la politiquería que abre sus fauces con precisión de reloj suizo y siembra desazón y turbulencia.

     Es de seres pensantes entender nuestra mirada isleña que se amplía en el corazón, que se eleva por encima de los mares, que aporta significativamente en la música, en los deportes, en una cultura que viene de lejos y se transporta a otras latitudes. Tratar de minimizar el poderío íntimo es enjaular al ruiseñor que perpetua la libertad y hace nidos en la colindancia más cercana.

     Es tarea de todos cooperar con el granito de arena con una absoluta disponibilidad a dar el máximo, a dominar la tierra. El trabajo, como complemento moral, debe ser prioridad por encima del ocio y el echarse fresco tan usual en nuestros días. No es justo atrincherarse en ayudas sociales sin otra salida que atarse a la cadena de menor esfuerzo y la vida como miel derramada.

     Son días de tolerancia, de respeto, de anhelos de superación. Aligerar el paso es una ferviente actitud que se alimenta de la fe en Cristo, de una hermandad productiva, del poderío mental. Se escribe el presente con una dosis de optimismo sin rayar en la majadería de las quejas, la actitud negativa y el desamor.

     Cada día tiene lo suyo y dentro del ser humano habita la verdad. Vivir es lo principal, dar la mano es gesto transformador que predice la paz y la armonía. En momentos difíciles se impone el somos hermanos por encima del individualismo y la idea sola. Acaparar la luz que viene de lo alto serviría de arcoíris que anuncia la convivencia y la alegría de ir juntos hacia la misericordia divina.

     La vía ascendente marca una huella de fervor humano que cada cual revive en días aciagos. Abrir paso a lo mejor de la cosecha contribuirá a hacer un Puerto Rico mejor, un vecindario caribeño de gran solvencia moral y de alegría única. Subir la cuesta es un mandato social, una declaración de vida y esperanza.

Padre Efraín Zabala

Editor

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