La decadencia del respeto y de la autoridad trae ecos de muerte y desolación. El careo continuo, la discusión carente de luz y creerse doctos en los temas más sublimes, forma un suelo resbaladizo, un afán por prevalecer sobre los demás a toda costa. Ese pesado archivo de actitudes, de estilos, de resabios, destila encono, impiedad y dolor.
La muerte de los policías en días recientes se origina en el descontrol mental que ronda por todo el País. Viene del hogar como trinchera, de la carencia de valores que dan consistencia a la personalidad y a la educación como lealtad al ser humano. Esa reverencia a la autoridad del padre y la madre hace la gran diferencia, proyecta el sentido de somos hermanos, regula la paz como antídoto contra la violencia y el desamor.
En una sociedad frágil, propensa a lo insignificante, es fácil arrastrar prejuicios, vivir de enfermizos recursos mentales. La calle está dura, el hogar en pedazos y la política se encarga de vaciar de contenido todo lo que toca. Ese terreno resbaladizo en que se forja el puertorriqueño es un perenne otoño, hojas que caen barranco abajo. La primavera pasa veloz y nos deja mirado el jardín de lejos, en un constante anhelo de revertir el mal y hacer reconocer el bien entre todos.
En esta circunstancia surtirse de armas parece ser lo obvio y el acecho el prójimo se convierte en solución máxima. Mostrar el mollero es parte del tinglado violento, del “hombre es un lobo para el otro hombre”. Convertir la existencia en puro lucro económico, relativizando el amor sano y la conducta intachable, trae la confrontación abusiva y desleal.
El cuerpo policiaco vapuleado por la indiferencia de la sociedad y de los poderes gubernamentales pasa por el valle de lágrimas, le dan a beber la cicuta de la incomprensión t del vasallaje para mantener su forma y su figura. Así vive en el desequilibrio organizado por unos y otros, en su llanto interior que sólo tiene un antídoto, la familia que espera.
La educación hogareña y la formal en la escuela deben proyectar un estilo disciplinario que sea primordial en las relaciones humanas. No es agradable concebir al ser humano como vividor, listo y patrocinador de injusticias. La ética y la moral son aliadas de una vida sana, justa, servicial. De nada vale aprender lo básico, si queda abolido por una visión de vida dañina y enfermiza.
La muerte de los policías es un llamado a revertir el desorden social que doblega las buenas intenciones. Ya se ha pagado una cuota demasiado alta a consecuencia del crimen, las drogas, la indiferencia colectiva. Volver a la vida honesta y servicial es la ruta más recta y buena. Es tarea de todos, es medicina eficaz para estos días polémicos, de cierta locura que siembra pánico. El nuevo año es papel en blanco para escribir el propósito básico de todos, vivir y amar.
Padre Efraín Zabala
Editor