La política sin alma se escurre por los recovecos superficiales. Los enredos vecinales se cuelan en la política con mayúscula, para atacar con dardos envenenados al oponente, ya sea del mismo partido, o del contrario. Lo que estuvo guardado en los baúles de los recuerdos, sale a flote e una especie de zancadilla bien definida con ánimo de herir, o de debilitar al oponente.

El tira y  tapate, eslogan de un pasado vecinal, surge a la luz cada cuatro años en un intento de socavar el que compite por un puesto o banca en el gobierno.  La agilidad mental de los publicistas, que son expertos en los detalles, usa el malabarismo para descubrir los flancos débiles, traer a la discusión lo que el adversario dijo antes del diluvio universal, o en una reunión familiar, colmada de franqueza y joviales actitudes.

Es así que se capea la tempestad organizada desde cuartos obscuros y toma de rehenes a los que se lanzan al servicio público. Durante el tiempo pre-eleccionario la amistad decae, se conectan los misiles, se prefiere la bancarrota de principios y valores. Las virtudes de la caridad, la justicia, la amistad, pasan a un último lugar. Dominan la astucia, el vela güiras, el torpe con diploma.

Se baja al fango cada vez que los defectos humanos de los competidores y adversarios toman forma de confeti. Lanzar a los vientos las miserias humanas, patrimonios de todos, por un puesto público es echar leña al fuego, convertir el grito democrático e espinas y abrojos, hundir el país en una guerra civil que desorienta y decepciona.  La seudo lección encoge el alma y debilita el corazón.

La política de altos vuelos intercala los por qué básicos en el proceso de escoger a unos servidores públicos de gran talante humano. La rabieta institucionalizada es parte de una visión a ras de tierra, de una ceguera profunda que erosiona el proceso de participación ciudadana con la frente en alto. Convertir al rival en blanco de todas las desgracias equivale a sacar de ruta al contrincante.

No hay tiempo, ni dinero para gastarlo en zancadillas que restan entusiasmo al proceso eleccionario.  En circunstancias de pandemia y de miedos íntimos, la política debe ser aliada de la verdad, de la caridad, de la justicia. Querer vencer los molinos de viento con revanchismos de corte falso es diluir el pensamiento y convertirlo en chatarra.

Puerto Rico necesita de hombres y mujeres que sean apóstoles de los pobres, constructores de los equilibrios más robustos en favor de los que lloran su desgracia al lado de los poderosos y sus almacenes de bienes materiales. Querer servir al País conlleva una conciencia de hombres y mujeres que no se rinden ante la adversidad, ni viven aturdidos ante el dinero, ni ante la fama momentánea.

P. Efraín Zabala Torres

Editor

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