La cordura spiritual se hizo realeza en los tres sabios de Oriente. De su sabiduría ancestral mitigada por ha nacido un niño, surgió la caravana de auténticos adoradores. De lejos, inspirados por una estrella el camino recorrido se hico vereda, ilusión santa que no decae por los sin sabores de la vida. Esa intuición magna tiene alas, no importan las distancias, no importan las contrariedades.

Desde un horizonte plagado de expectativas, los tres santos reyes hicieron genuflexión al Niño, bebieron de su miel y quedaron prendidos de su hermosura y de su realeza única.  Esa noticia de portada era parte de la sensatez de la mente y corazón. A través de la oración, de la meditación sin tregua, los anhelantes de plenitud, salieron… dejaron atrás la rutina para atarse a la agilidad de la inocencia, a la magia de sus encantos.

Puerto Rico da la bienvenida a los Tres Reyes porque a orillas de la ilusión santa está el pesebre siempre pobre, rico en dádiva. Esos regalos que depositaron los Reyes a los pies del Niño comunicaron virtud al mundo entero, pero en Borinquén se transformaron en justicia distributiva, que a cada cual le llega un regalo, unos chavitos, una alegría envuelta en papel de colores.

El 6 de enero se regresa al jardincito de los Tres Santos Reyes para dar cabida a la niñez que mantiene su poderío mientras echamos a volar la fantasía del ojalá y los Reyes se acuerden de mí. No hay edad para soñar, para deleitarse en paraísos dulces; para ir detrás de los juegos de azar y presentar una lotería de riquezas y alegrías. Cada vez que imploramos un favor se trata de dar con el humilde labrador que lleva en el corazón, la fórmula mágica de parecerse a uno de los Tres Santos Reyes.

En la medida en que la adultez al trágala domina, el Señor Dinero contagia las mentes y la convierte en maquinitas de lujo.   Mantiene la hegemonía de todas las cosas y se ampara en la supremacía de lo caro versus lo barato y hecho en casa. La marca da la tónica y se aleja considerablemente del hecho en Borinquén, que es como decir hecho en el vecindario.

La fiesta de los Tres Santos Reyes es medicina y luz para el País que vive atrapado en lo vano, lo caduco y divisorio. Se puede aprender de la actitud de dar, de remediar la situación, de abrazar a los niños con generosidad y alegría. No hay que recurrir a lo suntuoso y caro, sino a lo sencillo amarrado con cintas de amor y cariño.

Hoy, como ayer, Puerto Rico vuelve a tener corazón de niño. Siempre en espera del día nuevo, de la abundancia del corazón. Esta fiesta no puede decaer, ni arrastrarla hasta el olvido. La bondad que germina en cada puertorriqueño se convierte en regalos de amor y comprensión. Dios quiera que el Nuevo Herodes no marchite la experiencia de volver a ser niños, de soñar con un cielo único.

 

P. Efraín Zabala

Editor

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