La cosecha isleña, que resplandecía en luz, ha perdido su sabor y su esencia. Inmersos en la pretensión de ser consumidores a tiempo completo y vivir en el éxtasis de lo material y la economía, se ha caído en lo banal y sensorial. Lo bueno y lo justo se licúan en la indiferencia individual y colectiva y se le da prominencia a cualquier hecho de poca monta.

El camino a seguir parece ser uno de espinas, inconsistencia, de sálvese el que pueda. La tirantez es obvia; rechazar la lógica es un dulce, obviar las necesidades de muchos es una obsesión. Amar al País, al pobre, al que gime, es tema pospuesto, una propuesta eleccionaria. Devolver a Puerto Rico su esencial mirada no cuadra con la agenda de ocasión, con el abrazo solidario.

Las enfermedades mentales y el corazón reducido a agradar con mezquindades se encargan de convertirlo todo en azúcar, en miel, en deleite. Lo agrio, lo duro y difícil es reducido a una escapada al Continente o a otro país. La madre en estado de gravedad no cuenta mucho al momento de hacer una decisión para lograr la paz, para distraerse ante la tensión cotidiana.

El decaimiento familiar y la torpe enseñanza escolar pasan a ser un todo de rancio pensamiento, una encerrona. Sin familia y sin escuela el enfrentamiento ante la vida se torna en un continuo coloquio con los astros, en una imitación burda de la vida loca. Pasar por la existencia en veloz corcel, sin codificar valores, se convierte en déficit par la raza humana, en decadencia ética.

Es necesario retornar a lo esencial, a suplir luz a las mentes débiles para que no caigan en la enfermedad mental, en el desequilibrio. Es urgente quitar la venda de los ojos y llenar al pueblo de una actitud de somos por encima de las facciones que se salen con la suya e imponen un estilo de desconfianza y listeria.

El momento histórico clama por mentes ágiles que sean flechas veloces que atacan el desempleo, la modorra, el aislamiento. Es preciso llenar la copa de buen vino social para el brindis global en que Puerto Rico recobre su lozanía y se inspire en el trabajo, en la justicia social, en su sentido de fraternal acogida. Dar tiempo al tiempo es una forma de olvidar, de echar en saco roto la enseñanza de nuestros predecesores.

Hay que construir el verdadero retrato de Borinquén en que lo mejor salga a flote como una catarsis global, como una invitación a ser buenos vecinos, buenos ciudadanos. El enfrentamiento de vecinos por religiones o partidos debe ceder a una diplomacia del espíritu en que la persona sea valorada por ser imagen de Dios.

Quiera Dios que las virtudes sobresalgan por encima de los defectos y se logre un Puerto Rico mejor, una tierra que mane leche y miel sin caer en la idolatría, que se advierte en muchas actitudes y maneras de vivir. El pueblo sólo espera un estilo nuevo, una emancipación de principios y lealtades.

P. Efraín Zabala

Para El Visitante

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