La pandemia del Coronavirus nos ha tenido de rodillas durante el año 2020. El miedo, la pena, las lágrimas han penetrado corazón adentro; nuestro pueblo está en ascuas, en espera de un consenso de piedad y fraternidad que elimine el espectro de final de una época a otra. Ese paso de acción medicinal y terapéutica debe darse en raciones de amor, comprensión, acercamiento.
Para los afectados en su salud, en su bolsillo, o en su soledad, el “maná” económico no lo es todo. Ayuda a no caer víctima del hambre o del desvalimiento. Es un oxígeno necesario, pero no satisface las necesidades de amplitud emocional, de pensar en qué pasará mañana, “de que será de mis hijos y de mi hogar”.
La amplia manifestación de emociones encontradas es un llamado a crear rutas de entendimiento, a no gastar la maltrecha convivencia en confrontaciones apocalípticas, en discusiones que no aclaran el propósito, en temas gastados. La política tiene su andamiaje propio pero no es un tema absoluto, ni puede ser seguida por el mallete ensordecedor.
El pueblo de Puerto Rico lleva sobre su piel las figuras de tres fenómenos naturales; a saber, el huracán María, los terremotos, el Coronavirus. El sufrimiento corre por el corazón de sus habitantes, la desesperanza aturde, no se ve una acción sanadora, un toque con la verdad, la justicia, la alegría de vivir. Cuando el corazón llora no hay medicina mejor que el abrazo fraternal, que el somos humanos liberados y sanados.
La confrontación hueca, como estrategia, imprime distancia y categoría, huida al refugio de los que entienden el asunto se mantienen en silencio, o miran y dejan pasar. Las mentes bien dispuestas, en actitud de reverencia a la democracia, se purifican en el diálogo, en la claridad de argumentos, en el amor por la causa que se defiende.
Son tiempos de pereza, de irreflexión de los temas políticos. Se impone el deleite espiritual por encima de cualquier otro frenesí por dulce que sea. Es el momento del abrazo solidario en la distancia, de la vehemencia de la salud, de la alegría de compartir en esta época de noches largas días angustiosos.
La agenda vital exige un realismo vivificante en donde el bienestar comunitario sea actitud fundamental. Todos juntos es la fórmula ideal, un sí que brota del alma como antídoto contra el virus de la separación y de las flechas venenosas que desangran la mente y el corazón.
La sanación no admite posposición. Es una obligación de todos para lograr días nuevos; suave ternura del Dios siempre vivo y siempre saludable.
Padre Zabala Torres, Editor
El Visitante de PR