Terminada las fiestas navideñas, se abre el nuevo telón de convivencia y de sentido fraternal que es solicitud por el País que gime a orillas de la pandemia y de otros males de desaciertos sociales. La navidad, con su luminosidad, alumbró la ruta e impuso su misterio como verdad orientadora. El Verbo hecho carne saturó de virtud al pueblo puertorriqueño, mitigó sus lágrimas, dejó esperanza…
Sobre la fe se edifica el bien personal, social y colectivo. Repudiar la riqueza navideña, constituye un vacío, caer en la perplejidad a la menor provocación. La bella tradición puertorriqueña nos advierte del peligro de edificar pesebres a conveniencia, castillos de poderes materialistas que no deslumbran en belleza.
La ruta de la fe y de la esperanza pasa por los jardines del alma para construir paraísos fraternales, dar constancia a lo bello y digno. Se construye la Ciudad de Dios desde el ser hermanos con su atuendo de justicia y bondad que no se entrega a los poderes constituidos sino que se hace ferviente de la verdad para construir un mundo nuevo.
Desde enero, se vislumbra todo un año para trabajar juntos, para evitar el desgaste de la virtud, para tender la mano. La política, que otrora contribuía a apaciguar la estrechez económica, se ha convertido en comida ácida, en no apta para mayores, es un aguijón que pica. La gente pierde la confianza y se refugia en los pasatiempos más inauditos. Anhelar estar en otras riberas es como lo máximo, culmen de todo deseo y ambición.
El país sueña con una era de loterías en el campo de la educación, de la construcción, de la agricultura, de la paz familiar. Hasta ahora se ha perdido el norte de los que lloran a la vera del camino, los que habitan bajo el látigo de los vicios, los que moran en las cárceles. Un vasto ejército de personas frente al precipicio dan fe de que son víctimas de un sistema que languidece, que no tiene los medicamentos adecuados para sanar y liberar.
Es tarea de toda la vigilancia cívica para poner coto a la corrupción que es un mal que aparece y desaparece como un acto de magia. Se ha desbordado para mal el escrúpulo que sirve para mirar y dejar constancia de que la moral no es meramente un acto de mirar de lejos, sino que tiene una consonancia con el amor, con la verdad, con la justicia. No es propio observar y decir “yo no me meto en eso” porque se está contribuyendo a que el mal penetre todas las instancias públicas y privadas.
Estar en vela es una buena recomendación para contribuir a un mundo en precariedad de principios éticos. Cumplir con Dios y con el prójimo es una fórmula para lograr que el País alcance metas de gran superación. Hay que empezar repechando por la cuesta de enero sin ideas frágiles, sino con la fuerza de Dios y el deseo de una muchedumbre que eleve las causas comunes sobre el amor y la esperanza.
P. Efraín Zabala
Editor