Una vez llega la enfermedad a nuestra vida, llegan otras preocupaciones. Entre ellas: la muerte y la salvación. ¿Podemos ser acompañados y perdonados en el último momento de nuestra vida?
La unción de los enfermos es uno de los siete sacramentos de la Iglesia “para acompañar al creyente en el momento de enfermedad física y espiritual. Se administra cuando el creyente se encuentra en una situación de salud en la que su vida podría estar en riesgo o complicación, no como antes, en peligro de muerte extrema. En este caso – el sacramento de la unción es para toda persona bautizada”, explicó a este semanario el Padre Yamil Velázquez de la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción de Cayey.
El Catecismo nos dice que “Con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia entera encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios” (Núm. 1499). Sin embargo, en el Concilio de Trento se nos señala que “Esta unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor como un sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho, insinuado por Marcos (cf Mc 6,13), recomendado a los fieles y promulgado por Santiago, apóstol y hermano del Señor” (DS 1695).
Para acudir a este sacramento, el creyente debe solicitarlo si está en enfermedad y entiende que su salud está realmente comprometida. Si la persona no está en condición para solicitar la unción, la familia puede pedirlo, pero debe respetar la voluntad de su familiar si este no lo desea o nunca lo hubiera solicitado por su realidad de fe. “En el caso de un paciente que ya la recibió, puede volver a recibirla cuantas veces lo desee a medida que su condición vaya cambiando negativamente”. Este signo no debe negársele a nadie, pero tampoco debe utilizarse como amuleto para recibir salud de manera inmediata, sino como medio para acercarse a Dios. En algunos momentos, el paciente realmente no necesita ser ungido sacramentalmente, sino que se ve necesitado de acudir a la reconciliación con Dios y suele confundir su necesidad en el momento de enfermedad. Ambos sacramentos tienen efectos similares: el perdón, la paz y la comunión con Dios, aún en el último momento de vida.
El rito de la unción dice que sus efectos, tomado de la carta de Santiago: “¿Está enfermo alguno de ustedes? Que llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados” (St 5, 13-15). “El efecto mayor de la gracia sacramental de la unción es el perdón de los pecados, preparando al enfermo para la pascua libre de todo pecado. Por eso está vinculado íntimamente al sacramento de la confesión, y es administrado solamente por los presbíteros”, añadió Padre Yamil.
En el 2010, el Padre Yamil Velázquez tuvo una experiencia que lo marcó cuando servía en el municipio de Aibonito donde llegó a visitar a un paciente al hospital. La persona mostró resistencia y rechazó la visita del sacerdote que lo visitaba por pedido de un familiar para ungirlo sacramentalmente. Aún así, Padre Yamil sintió la inquietud de quedarse para acompañarle. Luego de quedarse dialogando con el paciente, a medida que iba pasando el tiempo fue sintiendo un cambio de actitud en la otra persona hasta que “terminó confesándose sacramentalmente y recibiendo la unción. Fue una experiencia extraordinaria y de lo más hermoso que he vivido”, contó el sacerdote.
Por último, Padre Yamil animó a no cohibirse de solicitar el sacramento de la unción de los enfermos. “No duden en abrirse a la gracia. Llamen a su parroquia y expresen su deseo de recibir la visita del sacerdote, porque estamos para llevar consuelo y tranquilidad en momentos de enfermedad. Es importante que los fieles estén claros que uno de los derechos como bautizados es acceso a todos los sacramentos, incluyendo el de la unción”.
Jorge L. Rodríguez Guzmán
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