La pandemia deja huellas palpables, se injerta en el pensamiento como espina que inca, como agujero saturado de melancolía. No ha habido una tregua para calmar la sed, ni para cantar con el corazón. El vacío se abre en oración, se vive a hurtadillas, como temiendo algo peor; el futuro es incierto.

     Dentro de la complejidad de la vida se proyecta la luz de la esperanza, una primavera de verdores nuevos. Siempre hay una pizca de ilusión, que se nutre de “mañana será mejor” como una constante viva. La mente y el corazón merodean por senderos paradisíacos extrayendo miel de la fe de los siglos, esparciendo un podemos sanador. 

     No es propio optar por el desenfreno de los sentidos, ni hacer trámites para el ausentismo tan enfermizo y dañino. La prontitud servicial es también medicina que alivia la carestía y atrae la alegría de dar y amar. Fomentar la actitud de tener y tener dará el traste con la pobreza de Belén, que es siempre franquicia única para los seguidores de Cristo.

     Somos huéspedes de esta tierra que mana ay benditos al por mayor, que siempre tiene el bolsillo dispuesto para ayudar. Esos gestos de misericordia son copia al carbón de la bondad divina, de unos abastos que crecen con el nacimiento del Niño Jesús. Mantener al prójimo en el álbum familiar propicia la alegría y la salud deseada. Se convierte la vida en un convite, en un pasaporte de ida y vuelta para propiciar la hermandad anhelada.

     Ya el Adviento dispone una raudal de ternura para ser usado en la antesala del gran acontecimiento que depura al ser humano de toda pretensión de edificar otros Belenes,  de sugerir nuevas demarcaciones económicas que marquen el paso de Jesús, José y María. Las huellas de los moradores de Belén no admite propaganda adhoc que desequilibren el Bien Mayor, la inocente condición. 

     Por encima de las circunstancias actuales late la aventura al Dios, la dulce complicidad con lo bueno y lo justo. No hay alardes de cuenta de ahorros, sino de la cordial mirada. La esperanza se esparce como un refugio para todos, un más allá de regalos con categoría de misterio, con amplitud de luz  para ver mejor, para penetrar las obscuridades de la existencia.

     Son tiempos difíciles, cobijados por la mente débil, por la locura que anda errante. Perseverar hasta el final es un propósito audaz y vivo. La esperanza no defrauda, guía nuestros propósitos de llegar hasta el pesebre y ver al Niño.

Padre Efraín Zabala

Para El Visitante

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