La lágrima está a flor de piel en estos días de tinieblas y sucesos apocalípticos. Nada funciona según la lógica y halar la brasa a su sardina es el pasatiempo más querido y buscado. La torpeza se constituye en modus operandi y los educados y diplomados no dan con los problemas ni con sus soluciones. Sobre la cuerda floja, pagando los platos rotos, se sitúa el pueblo harto de desvelos y miedos que subrayan las noches de insomnio y rezos.
La buena voluntad y el ánimo de cumplir con leyes y normas han sido derrotados por una visión contaminada con toda clase de filosofías vacías, con una mentalidad arbitraria y burocrática. Para el que obra bien hay sólo espinas, miradas torpes, clichés gastados. El ciudadano camina sobre ascuas encendidas y al final pierde la carrera al encontrarse con una pared inexpugnable.
Se encoge el pensamiento al mirar el hoy y el mañana que parece estar más en los agoreros que en los que gobiernan. Mientras se lanza confeti a derecha y a izquierda se obvian las realidades más apremiantes, se propone hacer las maletas y marchar al aeropuerto o someterse a ley del aguante con el gatillo detrás de la oreja.
Es impostergable oír el clamor del pueblo y convertirlo en tema de nuestro tiempo. Las luchas, dolores y sufrimientos son opción fundamental, agenda única para servir un menú de superación y vida. Ofrecer un postre azucarado de migajas de deleite tropical, sólo conduce a más de lo mismo, a unas calorías extras para seguir en lo de siempre.
Las grandes ciudades y los pueblos pequeños sangran por la misma herida. La crianza de los hijos, relegados al celular, los matrimonios prematuros, la soledad de los mayores y el vicio como escapismo repliegan a la sociedad convirtiéndola en hospital para familias enteras. Al lado de un joven que descansa después de una noche de diversión, está la anciana inválida o traumada por lo que se ve y se oye.
Las lágrimas parecen ser más que la carcajada o la alegría. Es tan sonoro el qué será de nosotros, que el lamento adquiere dimensiones de Viernes Santo, con una vela encendida en el corazón y otra frente al Sagrado Corazón o a la Santísima Virgen María. Ese latir interno sirve de medicina en estos días delineados por la monotonía y el desgaste mental.
Ante la situación de perplejidad es oportuno converger en la ruta del bien, del amor, de la paz y la justicia. No hay que apagar al País, sino darle luz, vida, entusiasmo y seguir adelante.
Padre Efraín Zabala
Para El Visitante