Se echa de menos a los menores en este tiempo de senectud global. Los comentarios se esparcen en todas las reuniones, en las celebraciones Eucarísticas, en las diversiones propias. Es un lamento que encoje el corazón ante el colapso de manos a la obra. Y el pase de batón tan propio de las generaciones. La sangre nueva, que se transforma en vida útil, está en precario, brilla por su ausencia.

Nuestros muchachos, esperanza de un porvenir más humano, se encuentran entre la espada y la pared ante la irrelevancia de las ideas que forjan el mundo de los adultos. Sometidos al rigor de lo material y económico, han quemado las naves de la ilusión y convergen en la desilusión que arrastra toda clase de males. Estudiar o no, casarse o quedares al margen, venerar una hamaca o unirse al mercado de los empleos, parecen ser opciones que punzan el alma, que descontrolan la mente.

La merma de jóvenes en el ámbito poblacional constituye un  vacío de la cadena generacional, escasearán las manos para servir, para acoger a un anciano, para redactar la carta magna del servicio y la entrega a las causas nobles. Ese paréntesis entre lo fuerte y lo débil hará que brote una lágrima, que disminuya el ardor por hacer de Puerto Rico un país de hermanos en plegaria común, en servicio a gran escala.

La emigración, el no a la fertilidad, el cansancio existencial, redondean a una mentalidad siempre en ánimo de restar que de sumar. El matrimonio se percibe como una cadena larga, como una forma de depender el uno del otro. Son tantos los matrimonios dejados a la orilla del camino, que los jóvenes se hastían de observar las rivalidades, los divorcios, la ida y vuelta a la corte del país.  

Educar para tocar una estrella es una tarea de gran importancia para resaltar el proyecto juvenil de dominar la tierra y hacerla productiva. Proponer la justicia y la verdad como antídoto para muchos males es acelerar el paso hacia nuevos derroteros que colocan a Puerto Rico en el primer lugar para dar el máximo, ampliar horizontes, echar a un lado la pereza.

Los comentarios sobre no hay jóvenes se van filtrando en las conversaciones diarias como una preocupación genuina. El más joven invierte su poderío físico y mental en remolcar la carreta, en poner el músculo al servicio, el no amilanarse a la primera. Los años cuentan y la edad juvenil es primaveral, es ilusión que no se apaga, una alegría que perdura.

Se precisa una acción concertada de todos para apaciguar el tenor que se apodera de los más débiles. Una sociedad de mayores, sin ayuda fértil, desgasta el corazón en el pensamiento catastrófico. Adultos y jóvenes construyen un  mundo de oportunidades para todos, es una mirada amplia que acoge y bendice. No es agradable resolver la problemática generacional con actitudes de corte militar o con métodos de muerte y desolación.  Dios quiere otra cosa de un País que es refugio y amor para todos.  

 

Padre Efraín Zabala

Para El Visitante

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here