¿Alérgico al trabajo? ¿Dije que lo hago horita y horita nunca llega? ¿Que estoy cansado de descansar y hoy no hago más na’? Pereza consiste en la vagancia de ánimo para obrar (de manera corporal o espiritual) correctamente, pero en materia moral, es un apetito desordenado y voraz por descansar, ser ocioso o reposar hasta que Cristo vuelva… En fin, no cumplir con los deberes, ser mediocre o tener un ánimo oposicional-desafiante a toda actividad extenuante o trabajo.
La dejadez pudiera parecer inofensiva o un simple pecado por inacción u omisión. Pero esa es una mentira que solo consuela a los que la piensan. La pereza se manifiesta cuando un padre o madre de familia descuida el hogar, cuando no se corrige a un hijo, cuando no se cuida la salud y esto desemboca en condiciones irreversibles. En esa manía de hacerse la víctima para no trabajar y optar por una vida miserable sin sueños ni anhelos.
La virtud que contrarresta pereza es la diligencia (del latín diligentia); es ese despertar a lidiar con tal situación con prontitud y en la búsqueda de los medios para atenderla. De hecho, la Real Academia Española, la define como prontitud, agilidad y prisa. El sinónimo a nivel social es ese ¡a trabajar! De hecho, el trabajo dignifica. Ya lo dice más o menos así el refranero, a Dios orando, pero, trabajando.
Hay un hecho contundente y es que lo único que tenemos es tiempo porque “polvo eres y al polvo volverás”, (Gn 3, 19). Tenemos tiempo para vivir, soñar y amar; tiempo para descansar y dormir; tiempo para trabajar y disfrutar del fruto del trabajo; tiempo para enmendar y rectificar… La diligencia señala a aprovecharlo bien y a maximizarlo. El materialismo de ver en dólares y centavos la bendición del trabajo solo es un obstáculo para la diligencia; la prestación monetaria no debe indicar la motivación o el ímpetu de las funciones, dato que advierte Laborem Exercens (núm. 13). Este documento catequiza sobre el llamado al trabajo. Además, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia orienta sobre la dignidad, el deber y el derecho del trabajo. El tiempo corre y apremia, no hay tiempo que perder.
Enrique I. López López
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