En estos días de distancia y cierto individualismo la fe en Cristo pasa por túneles y vericuetos que empañan el amor cristiano. ¿Quién es mi prójimo?, preguntó un versado de las enseñanzas bíblicas y puso en reserva su pensamiento para acatar la definición más clara y exacta. El que llora a la vera del camino emergió como suprema lealtad al Dios Santo y misericordioso. 

     Desde que comenzó la pandemia, en su desgaste sicológico, el amor al prójimo ha sufrido toda clase de interpretaciones. Ya la mirada es escurridiza, a la ligera, como si se tratara de un mandamiento hueco. El protocolo gubernamental y la prudencia son anillo al dedo para salvaguardar la soledad de la mayoría y así ganar la guerra contra el Covid 19. Para siempre queda el prójimo como reverencia a lo divino, como suplidor de esperanza.

     La vida de Jesús fue una dádiva de amor y de misericordia, una ruta de esmerado servicio de sanación. A pesar de represalias, pandemias y ofensas gratuitas, Él se hizo servidor de todos, emisario de una caridad sin límites. Y redactó su voluntad de servicio como testamento de alto contenido fraternal. 

     El cristianismo, sin caer en el fanatismo o el infantilismo, endereza sus rutas según lo requiere la intimidad con el Señor Jesús. Al hablar con Él, con mirada limpia, se aligera el paso para hacer de este mundo uno mejor, para no dejar atrás al prójimo con su carga pesada y su dolor a cuestas. Hay una responsabilidad extremadamente frágil que apunta a la salvación eterna y pone en jaque esta cotidianidad pesada.

     Ante el mundo, con sus ofertas y paraísos, se realza, según la fe, el sentido de reír con los que ríen y llorar con los que lloran. No hay que dejarse arrastrar por la vanidad de vanidades sino por el amor que devuelve vida a todo lo que toca. Las conveniencias económicas o ideológicas no pueden suplir luz a un mundo paralizado por la pandemia, las revoluciones, las consignas enajenantes.

       El mundo espera estilos de vida que vayan a tono con dar la mano al caído y al que llora a la vera del camino. Cada bautizado está apertrechado por los valores del espíritu y estos no son moda de domingo. Hacer el bien no es un capricho, va atornillado a la fe dada, que luego se hará más robusta con la recepción de la Sagrada Comunión. 

     ¿Quién es mi prójimo? Esta pregunta cabal es asignatura obligada para mantener el equilibrio cristiano. Cerca de ti, al cantío de un gallo, esperan los abatidos, los tristes, los angustiados. Pasar cerca de ellos sin propósito firme de dar un vaso de agua es perpetuar la injusticia y la inequidad.

 

P.Efraín Zabala

Para El Visitante

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