El Covid 19 imprime su verdad sobre el alocamiento y la arbitrariedad que da origen a las más descabelladas ideas y formas de vivir. El instinto de vida que da origen a la lucha y el esfuerzo ha sido implosionado por el “yo me lo merezco” como propuesta para coquetear con el no lo hagas que es muro de contención para la pandemia. Es una lucha cuerpo a cuerpo contra la ingenuidad, contra un razonamiento esquelético.

La condición humana, expuesta en las Sagradas Escrituras, retrato el bien y el mal, la propensión a desequilibrar el proyecto de Dios. Sobre el no de Dios, se alza el sí del hombre y de la mujer que se adueñan de una felicidad marchita. La libertad se confunde con el libertinaje, con hacer caso omiso de la responsabilidad de todos para lograr resistir a un virus que siembra perplejidad y muerte a su paso.

No hay rutas paralelas en esta situación caótica que amenaza y coarta la libertad de un mundo en crisis. Estas circunstancias requieren del estilo cirineo; del buen Samaritano, para sumar antídotos en vez de desafiar la convivencia, que ha sido reducida por motivos superiores. Nada se logra con el revanchismo, el desquite y el estilo festivo. Es la hora de dar el todo, de acogerse a la horma de las normas e indicación que son zona segura en tiempos de crisis.

Los remiendos a la libertad personal y colectiva llegan como aliados de la salud, como vigilantes a tiempo completo para evitar que el enemigo rompa las puertas. Cada ciudadano debe portar su identidad de estos días como bandera de una causa común, de una donación para beneficiar a todos. No se logra nada haciendo causa común con el virus o deshojando margaritas al borde de la crisis.

En el marco de la responsabilidad propia es útil y necesario demarcar el campo de acción, hacer las paces con la interioridad como altar y clamar a Dios que nos libre del caballo de Troya que viene ataviado con fiestas, asambleas, justificaciones de toda índole. El desenfreno también agobia y deja mal sabor cuando hace estragos en el alma.

Los días de sobriedad, soledad y aburrimiento tienen su función terapéutica y erradican la superficialidad reinante. Esa emergente actitud de “me resbala todo” tiene que ser enmendada por otra que afirme: “me preocupan los hermanos”. Eso se logra al darse cuenta de la emergencia, del luto que invade al mundo.

Está en juego la salud de muchos, el sufrimiento de todos. No es hora del individualismo, ni de cantarlos al dinero y al placer. Esmerarse por erradicar el virus incluye una dosis de obediencia y de responsabilidad que acelere el proceso de sanación y de vida.

A colaborar llaman en este tiempo de sacrifico y amor. No es fácil, pero se puede lograr si deponemos las armas del confort y de fiesta y nos acercamos en silencio al dolor y el sufrimiento del otro.

P. Efraín Zabala

Editor

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