Es harto conocido que la pandemia ha impuesto un régimen de disciplina que hace mella en las relaciones humanas. El abrazo y la cercanía han naufragado en un mar de inconsistencia, quedan los gestos y el ojalá  que vuelva la luminosidad del aquí estoy para rehacer la vida. Este paréntesis con mustias esperanzas, trae como consecuencia la mente débil, lo caótica de las decisiones, el adormecimiento del corazón.

Se palpa una tergiversación de los argumentos, se enreda la madeja, el capricho mueve montañas. Estar de viaje en viaje, de fiesta en fiesta, se concibe como una osadía, como un lugar único que reta el momento decisivo. La división, el poco interés por el otro, complican la vida diaria y el adormecimiento de los sentidos perfora toda relación digna, se acelera la discusión, la tragedia toca a la puerta. 

La desnudez valorativa se enreda en el egoísmo y el poco interés por el otro apunta a la indiferencia, a perderse en los caprichos, a mirar y dejar pasar. Los más fuertes se acogen al mañana volveremos tan vigorosos con estos tiempos de necesidad y ayuda. El desbalance social apunta a la catástrofe, a perder el equilibrio, a vivir entre sombras y pensamientos negativos. 

Es doloroso observar la decadencia, la arbitrariedad, la mente apocalíptica. Pensar a la ligera o valerse de trampas efímeras, es el menú preferido para estos días de calamidad. La fe, virtud teologal, está arrinconada y se piensa en los poderes mágicos, o en la ciencia como única tabla de salvación. Orar, prender una vela, estar de rodillas, parecen ser cosas de un pasado repleto de ignorancias y mitos. No hay cabida viva con el Altísimo, o la plegaria del corazón.

La casa maltrecha, nuestro País, se enfrenta a la enfermedad mental, al desequilibrio de unas relaciones enfermizas patrocinadas por lo superficial y pasajero. Se tiende a proponer una vida fácil, un amor excesivo por al dinero, poca cordura en las decisiones personales. El estilo barranco abajo domina toda decisión para luego pedir auxilio ante cualquier suceso de poca monta.

Es urgente hacer frente a ese torbellino mental que amenaza con enredar la madeja y socavar los cimientos de la bella Isla de Borinquén. La salud mental no es un adorno, representa una cordura para enfrentar la vaciedad y las circunstancias adversas. Sin mente amplia y corazón misericordioso, se cae en la aberración, a confundir las cosas, a doblegar el buen juicio.

Rehacer la vida, darle sentido, es un clamor de todos. La mente herida trae dolor y llanto. Se agota la esperanza y se cae en el destierro, en el llanto de todos los días. Se necesita la salud mental como una pieza clave en la convivencia de la familia y de un vecindario que añora un saludo cortes y un abrazo de confianzas.

 

Padre Efraín Zabala

Para El Visitante

 

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