Es fácil detectar el deterioro moral que rige el diario vivir de los puertorriqueños. El más listo parece reinar en todas las circunstancias posibles llevándose de frente a la familia, los amigos y los vecinos. Esos entusiastas del dinero, de lo fácil y rentable, crecen y abundan en todo el País y se alimentan del suma y multiplica, de las técnicas más estudiadas, con el agazapamiento más elaborado.
La moral llora al ver el despilfarro organizado y al no robarás palidece ante los desmanes de algunos servidores públicos que son arrastrados por la marea del tener y se matriculan en el arte de cómo dar el golpe al primer intento. Los golosos del poder y del dinero son aliados de la corrupción y se esmeran por situarse al lado del poder, en las cercanías del nosotros mandamos y ordenamos.
El País siente los latigazos morales y pierde la confianza en aquellos que ostentan el poder. Son tantos los casos de corrupción gubernamental que el bien obrar palidece ante lo seguidito de la acción. La enseñanza de la moral y el de no robarás no pueden echarse en saco roto, ni convertirla en un souvenirs de un ayer noble y genuino. Rige la virtud y la limpieza del corazón.
La especulación y la bóveda al lado del poder, generan solicitud por las monedas, una especie de salirse con la suya a expensas de todo del País. Es preciso saber distinguir haberes para la pulcritud de una gestión de contundencia ética. El servicio, aunque remunerado, no puede ser inflado por las pretensiones que hieren a todo momento. No es lícito hacer ganancias sin el sudor de la frente, derrochando los bienes que gritan a sus dueños, que son herencia de todos.
Se es parte de una colección de un modus operandi que estremece por su astucia y su estilo mítico. Hacer fiesta con el peculio del pueblo constituye un pecado de injusticia y una ruina moral. Se sirve desde la mente limpia y el corazón decidido a amar a los pobres y extraviados que gritan a todo pulmón en la amplia geografía de nuestro país.
Es preciso saber que el afán económico tiene dimensiones de perplejidad en un País ilusionado por las cosas materiales, por tener y poseer, por comprar compulsivamente. Esa cultura de atosigamiento material deja abismos de deterioro mental, de apaciguar toda necesidad física y espiritual con el dinero, venga de donde venga. Si hay que romper la alcancía o vender una propiedad, se hace por aquello de resolver al momento; luego se pensará diferente y se llorará por la acción festinada, sin tiempo para calibrar la exigencia presente y actuar adecuadamente.
El llamado es a la reflexión, a no enredarse en la tentación que tiene sus argumentos y su modus operandi. Huir de toda acción de buscar tesoros, es una forma de llevar un equipaje más liviano, servir con alegría, decoro y respeto que es una manera digna de servir al prójimo. Anhelar cumplir con la vocación servicial equivale a descifrar la voluntad de Dios y hacer un ágape de amor a Dios y amor al prójimo.
P. Efraín Zabala
Para El Visitante