La confusión se hace omnipotente y deja desolación a su paso. Las palabras han perdido su contenido y parecen confeti desde las nubes para obviar la verdad y dejar huellas de incredulidad en los ciudadanos. Faltan los conceptos vivos, reales, que den consistencia a las palabras para encontrar la verdad que nos hará libres.
Se recurre a minimizar las cosas, a coquetear con las ilusiones, a esperar la embestida mayor que tarde o temprano se convertirá en visión apocalíptica. Los que pierden su visión de mundo en el aquí y ahora hacen caso omiso de “lo peor está por venir”, o el deterioro sicológico será una amenaza de marca mayor. La tendencia es a minimizar el caos, a perpetuar una actitud de “mañana vendrán más regalos” versus nosotros mismos podemos.
El panorama puntualiza una decadencia que apunta al gobierno como origen de todo bien“, un papá benévolo que no cesa de congraciarse con los pobres sin darles el cariñito de trabajar con el sudor de tu frente”. Esas palabras, válidas para siempre, han sido condenadas al ostracismo y son leídas, pero no vividas. Existe un cierto olvido formal del génesis y su álbum de verdades.
Entrelazados con el miedo, la afición por peregrinar a los grandes templos de las mercancías en ristra, y hablar en lenguas enigmáticas, el puertorriqueño sigue con sus cargamento social y ético hacia la ciudad. El liderato político mantiene su diccionario aparte, sus ideales marginan cualquier intento de “nosotros el pueblo queremos esto”.
Faltan ideas; sobran palabras. Se tiende a confundir lo bueno y aplaudirlo en intento de alegrar los sentidos mientras colapsa el entendimiento y la razón. Ante la penuria de ideas, el pueblo se guarece en su intuición y se cobija con ideas multiplicadoras de bienes, pero esclavizantes y enfermizas. Recibirán endosos en las urnas los que más ofrecen; perderán los tímidos y prudentes.
La Babel es confusión, enajenación del momento histórico que nos toca vivir. Hay que revertir el suplicio y convertirlo en explanada en donde converjan la verdad, la justicia, el perdón y la reconciliación. Los criterios festivos y meramente económicos son resbaladizos. Crean espejismos, enfermedades del alma y del corazón. Convierten los sentidos en protagonistas de embelecos que se disuelven al primer intento de darle consistencia para que realicen su función.
La pandemia tiene su porqué y se sitúa en el marco de la enfermedad que se torna irresistible cuando le apetece. Lo peor es la enfermiza disposición de filtrar virus y nimiedades para dar rienda a los caprichos. Dentro del dolor de estos días se aglutina otra con rostro de vendedores del templo. Hay que expulsar a los que denigran el santo nombre del pueblo puertorriqueño y se hacen cómplices del deterioro moral y ético.
P. Efraín Zabala Torres
Editor