Se nos cae encima la casa  y se opta por derribarla sometiéndola a los vendavales políticos, los ventarrones de nimiedades que a cada momento nublan el pensamiento.  Se requiere apaciguar la sed comunitaria con brebajes tóxicos, con ilusiones ópticas.  En los últimos tiempos, alrededor de dos décadas se ha mezclado la dinga con la mandinga y el compadrazgo y amiguismo se entrelazan como dos valores necesarios para servir al pueblo o mejor, servirse del pueblo.

El amor por Puerto Rico viene atado al beso de Judas, treinta monedas de plata. Es un intercambio nocivo, que daña la mente y el corazón. Detrás de esa faena bursátil se esconde el egoísmo mayor, se aniquila la esperanza del pueblo. Entre compadrazgos y gladiadores que pelean, entre lo bueno y lo malo, se arruina la democracia, se cae en el espejismo más desolador.

¿Cuáles son las fuentes del deterioro político? La ingenuidad progresiva del puertorriqueño no le permite tirar la raya, ni darse cuenta de la listeria organizada. Se prefiere vivir en un éxtasis cada cuatro años  que denunciar el abuso del poder que es un coronavirus dañino y destructor.  Se apacigua el deterioro social con paños de malva o chequecitos que engordan el bolsillo y empobrecen al instante.

Se va perdiendo la confianza en los políticos y los problemas reales de hambre, pobreza, enfermedades mentales se levantan como molinos de viento. Falta un norte para las aspiraciones comunitarias que se estrellan sobre fantasmas estructurales que acorralan el ímpetu, el talento personal, la buena voluntad. El letargo parece ser unos anteojos que yerran en la mirada, que se apegan a otra forma diferente.

Lo mucho y lo poco deben ser parte de un menú educacional que de reversa al egoísmo y dinero como huéspedes con agenda predestinada. Se educa para intuir la verdad, explorar al mundo y su circunstancia, servir a la humanidad. Es desde la realidad viva que se apacigua la mente, para construir, amar, incorporar la virtud en el comportamiento ciudadano.

La pandemia es una parábola de marca mayor, una enseñanza única para deponer las armas del desquite político y acentuar el fervor del somos hermanos, somos ciudadanos. El marco de referencia de todo aspirante está dibujado dentro del servicio al necesitado. Todo lo demás representa una carta de presentación fatula y degradante.

Volver a lo básico, o esforzarse por el País, es un decoro, una carta de presentación de gran entronque humano. No se va al servicio público en pos de propinas, ni de  regalos, sino a dar el máximo como dadiva y agradecimiento al País.

Es hora de romper con las actitudes que deshonran y propiciar un tiempo de verdadero servicio. El fácil caer en las garras del materialismo que no permitir que el aire de la lealtad al prójimo ruede por todas partes.  Puerto Rico es la causa común, los ciudadanos son nuestros hermanos…

P. Efraín Zabala Torres

Editor

1 COMMENT

  1. Hermoso como siempre y muy acertadas tus palabras! Gracias Padre Zabala por mantenernos con los pies en la tierra!

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