El ser humano es reacio al cautiverio. Se enferma cuando le oprimen sus alas o se las cortan. El anhelo de recorrer millas, de visitar lejanías, viaja casi como instinto, como un deleite de ver la creación, de distinguir lo propio y lo ajeno, lo feo, lo plasmado en una cultura de siglos o en una atada al momento presente.
Ir, alargar lo propio y unirlo a lo universal, es agenda indispensable para dominar la tierra, hacerla historia creativa. El hálito divino, propuesto como emancipación personal y colectiva, es inspirador, propicia ir más allá, para que lo más querido, la libertad, no sea coartada por miedos, leyes, exabruptos sicológicos. Existe una emancipación que ve más allá del poderío económico que se eleva por encima del ojalá tan traído y llevado durante la vida.
Cuando la esclavitud rige, o los vigilantes no duermen, se marchita la intimidad que desafía desde sus adentros toda forma de parálisis impuesta voluntariamente aceptada. Yace, corazón adentro, un palpitar siempre nuevo que hace referencia a un cielo bueno en vehemencia de libertad. Mientras vivimos en la nostalgia mayor de estar con Dios, cualquier intento de reducir el vuelo se entiende como pequeña o grave agresión.
Es por eso que los días que vivimos en misteriosa religiosidad de normas y propuestas avasallan y desconcierta. No hay premeditación previa, sino un reparo, un gesto desde a dentro que subraya la verdad íntima. La mascarilla, útil y necesaria, también oculta los gestos, las sutilezas de la expresión que es puente amplio para entrar como huésped en la casa de al lado.
La forma de ver la vida, propicia en algunos el desgaste amoroso, la indiferencia. Se contentan con ser observadores a tiempo completo sin preocupaciones anejas, sin la milla extra. Explorar más allá surge de la mirada amplia. “Mejor es ser ola pasajera en el océano, que charco muerto en la hondonada”, decía el filósofo Unamuno como gran observador de la condición humana.
La libertad reducida por el bien de todos es una propuesta noble, que constata que todavía vamos caminando, que hay obstáculos que vencer. Por amor se hacen los más grandes sacrificios, pero no se le echa tierra al ideal mayor, ni se piensa que el enclaustramiento sin ventanita al Altísimo es la mejor solución. Reverenciar la libertad siempre es un cántico a la vida buena, a la dignidad.
Nuestro pueblo espera un mañana mejor, mientras resiste el embate del materialismo, el consumismo y los cantos de sirena que son formas de acorralar la mente. Son muchos los frentes a los que hay que poner en cuarentena para que el País no se hunda. Cada ciudadano que limita su libertad, como escudo protector, debe estar vigilante para no caer víctima del atropello de los que tienen sus propias pandemias.
P. Efraín Zabala Torres
Editor