La confusión se apodera de todo dejando un vacío que oprime el alma y el corazón. No hay claridad, ni consensos útiles ni siquiera un espacio de confianza para comenzar o dilucidar los asuntos principales del país. La lucidez está de vacaciones y en vez de acudir a la verdad y a los procedimientos lógicos, se prefiere el argumento débil, casi una mofa que resta validez al argumento con alas.
Se ha colmado la copa de deshonestidad intelectual y se recurre a los sofismas que apelan a la mente en ascuas. La pleitesía va de la mano de los prestigitadores que crean la ilusión de un mundo de artificios cabales. Detrás de la idolatría al dios dólar se esconde un mundo soterrado de vida cómoda, festejos a lo Sha de Irán, saludo de lejos a los pobres y necesitados.
Se perdió la sanación vecinal y el empacho de dietas paradisíacas arroja un desgaste moral que origina el coloquio con los seudo valores. Desde el poder se acentúa la vida fácil, es yo me lo merezco, tan en boga, el despilfarro de los bienes comunes. Ser fiel a la honradez parece ser un infantilismo rechazado y olvidado. Para algunos columpiarse en el poder tiene deleite de bóvedas enchapadas en oro.
Desde el yo soy y mi circunstancia se tiende a vivir ignorando las realidades, proponiendo métodos de curación que se aglomeran en las esferas superiores dejando atrás una vasta mayoría que llora a la vera del camino. De los contrastes más inhumanos se originan la delincuencia precoz, los vicios como alicientes, el no como obsesión. Sobre el sobresalto comunitario se acomodan el rencor y el miedo como derroche del coraje y la rabia.
Este caminar azaroso se agudiza con la pandemia del Covid 19 que punza la credibilidad de muchos y establece su poderío de muerte y destrucción. Se registran otra vez las desigualdades y se invocan las fronteras de la obediencia sin mencionar el ámbito espiritual que provee salud y sostiene en los momentos decisivos de la vida. Poco a poco, a cuenta gotas, se erosiona el espíritu combativo y se abre el telón de la insania, que es la pandemia más dura y destructiva.
El 20-20 deja una huella de conflictos suicidas que sólo tiene una receta firmada por muchos: dólares y centavos. Se obvia en todo diálogo enriquecedor el amplio bagaje de los puertorriqueños que han hecho frente a huracanes, tormentas, y pandemias con la mente y el corazón. Nuestros antepasados lucharon contra la adversidad y se arrodillaron frente a la finca, a la familia, a la Iglesia. Sufrieron en carne propia la devastación, el dolor de enterrar a pico y pala a sus hijos pequeños.
Esta confusión que quema el cuerpo y el alma tiene que ser limitada por la verdad, la hermandad, la vida buena generosa de todos.
P. Efraín Zabala
Editor