La pandemia, los huracanes, las sequías y los terremotos han abierto las puertas de la destrucción, la escasez y la dificultad por doquier. Aunque hemos perdido mucho, también hemos aprendido lecciones valiosas. Ante la escasez de agua, luz, combustible… hemos tenido que salir de la comodidad, crear conciencia del valor de elementos vitales y despertar a la realidad del prójimo. Pero, ¿qué hemos aprendido? ¿Qué no necesitamos? ¿Qué nos tenemos que replantear como pueblo?
El agua es vida y la vida no se desperdicia o se despilfarra porque se tiene de más. Lo cierto es que el agua es tan valiosa como el oro. Aunque con la escasez de agua, un vaso de oro y uno de barro no quitan la sed si están vacíos. Valorizar el agua y ser prudentes en su utilización no se debe limitar los tiempos críticos. ¿Acaso sería prudente botar cientos de dólares por la alcantarilla?
Es interesante recordar las ocasiones en que ha caído el telón digital para dejar solo la comunicación cara a cara como único puente. En este tiempo donde lo digital parece la respuesta primaria hay que recordar la lección de la escasez: cuando llega la crisis lo digital es lo primero que cae. La comunicación personal es vital y cuánto nos perdemos de ella por limitarla a un mensaje de texto. En ese sentido, las crisis nos han derribado esa gran frontera digital de nuestros ojos para poder apreciar seres de carne y hueso y nos obligó a vivir en el mundo real a donde pertenecemos.
En fin, más allá de estas enseñanzas, el valor de la familia y de la comunidad que sale al encuentro de los más vulnerables son las lecciones maestras de la crisis que no debemos olvidar. Todavía hay tiempo para recordar las lecciones de la escasez y aplicar lo aprendido.
Como diría Padre Zabala, de feliz memoria, en su columna La crisis nos habla (2021) con palabras proféticas: “Toda crisis trae su secuela de luz, su contundencia viva. Somos actores de la verdad y del convencimiento cristiano. La reflexión, cuajada de fe es vehículo para la orientación y así caminar sobre las aguas. El apocamiento y la exótica timidez a hacer el bien, conducen a la apatía y el menosprecio colectivo. Se aprende de las situaciones extremas, se rehace el espíritu al desparramar optimismo en un mundo herido. El Dios guerrero nos acompaña en estas emergencias globales. Todos juntos, en armonía de pensamiento y en abrazo fraternal, cruzamos el mar rojo y hacemos guardia ante el altar de la vida y de la misericordia”.
Enrique I. López López
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