En la primera lectura, comenzamos con el libro del Qohélet, mejor conocido como Eclesiastés.  Y en nuestra lectura, se nos presenta le premisa de este libro: ¡tanto que nos preocupamos por las cosas de este mundo y un día anos vamos a morir y dejar todo!

En la segunda lectura, de Colosenses, San Pablo nos indica que ya no pertenecemos a este mundo y que nuestras miras han de estar puestas en las cosas del cielo.

Y en el Evangelio de San Lucas, Jesucristo critica a las personas que se afanan por las cosas de este mundo, cuando un día lo van a tener que dejar todo.

            Una de mis grandes preocupaciones pastorales son los jóvenes que, una vez llegan o se gradúan de la escuela superior, se buscan un trabajito para ganarse un dinerito.  Ese no es el problema, el problema es que los patronos comienzan a exigirle que trabajen el domingo todo el día y ellos, con tal de hacerse un par de pesos, dejan de ir a misa, dejan de buscar de las cosas de Dios y se enfrían en su relación.  Comienzan una espiral de desconectarse con Dios y sus cosas, de perder la dimensión divina de sus existencias, y terminan como adultos sin fe, que le dan más importancia al dinero que a Dios.  Luego se convierten en los padres que apuntan a sus hijos en la catequesis, pero a misa no van y, le dan más importancia al paseo, a los deportes, al dinero, y no tienen un compromiso ni con la catequesis ni con la Iglesia.  Son culpables de que sus niños falten a la catequesis y, en ese sentido, les enseñan que a Dios se le puede fallar.

            Estos son dos ejemplos muy concretos de lo que Dios nos dice en su Palabra acerca de nuestro apego a las cosas de este mundo olvidando las cosas de Dios.  No tenemos que buscar muy lejos cuando esta situación está en nuestros hogares, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades.  Queremos que Dios nos salve y nos dé vida eterna, pero no le damos a Dios la importancia que Dios requiere.  El libro del Qohélet nos dice que, ¿para qué nos fastidiamos tanto en este mundo si al final lo tenemos que dejar todo?  Y es una gran verdad.  Nuestra sabiduría popular nos dice que cuando nos morimos no nos llevamos nada con nosotros, solamente las cosas bellas que hemos hecho en este mundo.  La Biblia nos dice que, “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a la tierra”.  Y esa es una gran verdad.  Cuando miramos a priori la crítica que hace Jesucristo al hombre que trabajó un montón para acumular las riquezas, creemos que es una injusticia; pero lo que nos quiere decir Jesucristo es que hay tanta gente que no se preocupa de las cosas de Dios por hacer dinero y riquezas y, al final, son las personas más vacías y miserables que existen.

            Sigamos el consejo que nos dice San Pablo en su Carta a los Colosenses: que desde el momento en que aceptamos a Jesucristo como nuestro Salvador, ya no somos de este mundo, ya no debemos de poner nuestras miras en las cosas de la tierra sino poner nuestra mirada, nuestra mente y nuestro corazón en las cosas del cielo.

Padre Rafael Méndez Hernández, Ph.D. (P.Felo)

Para El Visitante

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