Mientras crece aceleradamente la cantidad de personas que necesita un trasplante de órgano, se hace más urgente que aumente el número de donantes, acción que la Iglesia Católica respalda dentro de un contexto aceptable desde el punto de vista moral fundamentado en dar vida o prolongar la vida de otro ser humano.
Hace diez años, Almaida Marrero Declet tomó la decisión de donar su riñón izquierdo a su cuñado Antonio Otero y sumarse a los que están dispuestos a realizar este acto de amor.
“Mi cuñado empezó a tener problemas de riñones y llegó el momento en que tuvieron que dializarlo. Como tenía los riñones tan malos tuvieron que sacarlos y seguía viviendo sin riñones porque lo dializaban. Yo veía que la ambulancia venía tres veces en semana; se lo llevaban por la mañana y lo traían en la tarde. Bajó de peso de una manera increíble. Ninguno de sus dos hijos ni mi hermana, que es su esposa, eran compatibles. Yo sabía que tenía su mismo tipo de sangre y quise hacerme las pruebas para ver si podía ser donante”, recordó la moroveña de 60 años en entrevista con El Visitante.
Almaida vive sola hace más de 30 años luego de enfrentar un proceso de divorcio. De modo que, una vez supo que era compatible, dialogó con su única hija, Alma, quien le apoyó y le animó a que ayudara a Antonio y su familia.
Entonces comenzaron los trámites que duraron un año entre entrevistas, evaluaciones y estudios para cerciorarse, por un lado, que Almaida estuviera en buen estado de salud, y por otro, que su decisión fuera libre y voluntaria, dado el caso de que no se trataba de un familiar de sangre.
Según Almaida, empatizar con la situación dolorosa que vivía la familia de Antonio y la gratitud que tenía porque habían sido siempre atentos y generosos con ella, fueron las razones primordiales que le llevaron a optar por la donación. Al interesarse en el proceso, fue dándose cuenta de la incertidumbre y el sufrimiento en el que vive un paciente y su familia cuando este se encuentra en una lista de espera para ser trasplantado.
“En tres ocasiones, el panorama se volvió un poco incierto y pensamos que no se iba a poder dar la operación, pero yo nunca enganché los guantes. Al contrario, me aferraba a la voluntad de Dios porque yo confiaba en que, si era para bien, todo se realizaría, y si no, se cancelaría”, explicó Almaida.
Asimismo, contó que, aunque tenía fe, pedía con insistencia la oración de sus familiares, vecinos y de la comunidad parroquial de San Pablo Apóstol de Morovis de la que forma parte, porque, a pesar de que estuvo bastante tranquila durante el proceso, manifestó con honestidad que “soy cobarde y no sabía cuál sería mi reacción frente al estado en que me encontrara al despertar de la anestesia”.
No obstante, hoy por hoy, agradecida y contenta, da testimonio de que “fue una experiencia gratificante; mi cuñado, gracias a Dios se recuperó, su condición es estable, y él sigue haciendo su vida normal. Yo también realizo mi vida normal; ya después de los tres meses luego de la operación, podía guiar y hacer todas las cosas”.
También, sostuvo que “volvería a ser donante de órganos si volviera a nacer”, y aclaró que la donación muchas veces es incomprendida “sobre todo por ignorancia, porque desconocer cómo son los procesos hace que la gente no tome la decisión de donar un órgano, además de que a veces somos egoístas”.
Cabe recordar, finalmente, sobre la donación de órganos que el Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 2296, dice: “El trasplante de órganos no es moralmente aceptable si el donante o sus representantes no han dado su consentimiento consciente. El trasplante de órganos es conforme a la ley moral y puede ser meritorio si los peligros y riesgos físicos o psíquicos sobrevenidos al donante son proporcionados al bien que se busca en el destinatario. Es moralmente inadmisible provocar directamente para el ser humano bien la mutilación que le deja inválido o bien su muerte, aunque sea para retardar el fallecimiento de otras personas”.
Vanessa Rolón Nieves
Para El Visitante