Una de las experiencias humanas más elocuentes y significativas, donde se conjuga fuerza e impotencia, sufrimiento y gozo, gritos de quebranto y lágrimas de emoción son los dolores que experimenta la mujer cuando va a dar a luz. La misma Sagrada Escritura no queda sin interpelarse ante esta realidad. Concibe los dolores de parto en las primeras páginas del Génesis como una dura sentencia (cfr. Gn 3, 16) y los reinterpreta desde una óptica de esperanza victoriosa y salvadora en las páginas del Apocalipsis (cfr. Apoc 12, 2). En el Antiguo Testamento sirven de parangón en muchas ocasiones a profetas como Isaías, Jeremías o Miqueas; y como punto de referencia para analogías poéticas al salmista (cfr. Sal 48, 6). Así también en el Nuevo Testamento Jesús hace referencia a ellos como un paso de la angustia a la alegría (cfr. Jn 16, 21) y San Pablo, no sólo en el texto de la segunda lectura de este domingo (1 Tes 5, 3) sino también en otras múltiples ocasiones se sirve de ellos para catequizar.

El texto de la primera lectura (Prov 31, 10-ss) aunque no habla en ninguna ocasión del parto, con su mirada centrada en la figura femenina nos va conduciendo por el camino que justifica la alabanza a la mujer que teme al Señor. Con este elogio maravilloso finaliza el libro de los Proverbios dejando implicado que se alaba a una mujer que ha parido con dolor (cfr. v 28). En la misma sintonía de alabanza se coloca el salmista y ve en la fecundidad femenina la manifestación del amor del Señor. Los hijos son renuevos de olivo, paridos con sufrimiento.

Pablo se sirve de la imagen de los dolores de parto para dar indudablemente, a este penúltimo domingo del año litúrgico, una dimensión escatológica. El Día del Señor vendrá y nadie se podrá escapar, como no escapa la embarazada de verse agobiada por las contracciones musculares que anuncian la inminente llegada al mundo de una nueva vida. En la misma dimensión escatológica se puede colocar la página evangélica de esta celebración (Mt 25, 14-30). Si el pasado domingo se insistía en una preparación vigilante para el Día del Señor, en este domingo con esta parábola de los talentos, se nos insiste en que esa preparación tiene que ser, además, productiva. Es decir, tiene que parir.

Al camino fructífero se opone totalmente la esterilidad con la que respondió el miedoso de los siervos implicados en la parábola. El hombre de la narración, cual éxtasis copulativo, consuma la confianza cuando deposita en las manos de sus criados sus preciados bienes. El tiempo que está fuera es la oportunidad de la gestación; es el tiempo de la gravidez y sus inherentes dificultades. Su regreso espera ser el momento de la emocionada recogida de numerosos frutos. El tercero de los siervos ha resultado inútil (estéril si lo acomodamos a la analogía) porque no fue capaz de percibir la intención de su señor; tiene la semilla en sus manos y no la hace germinar. Es capaz de reclamar a su señor que pretende plantar donde no ha arado o pretende recoger frutos donde no ha sembrado y he ahí su gran equivocación. Su señor ha plantado la semilla de la confianza y por tanto espera recoger los frutos de la fidelidad y la solidaridad. Su señor ha plantado la semilla de la pequeñez para poder cosechar la de la grandeza.

En todo cristiano se puede decir que el Señor ha plantado la semilla de la fe y espera recoger los frutos de la perseverancia; y ciertamente duelen las contracciones de saber discernir entre la fidelidad moral y la vida fácil. Ha plantado la semilla de la caridad y espera frutos de bondad; y, también, por supuesto que duele el amor; así nos ha invitado a amar la Santa de Calcuta porque si duele es buena señal. Ha plantado la semilla de la esperanza y ansía recoger los frutos de la paz. También, en ocasiones, no resulta cómoda, como fuentes que se rompen, mantener la visión de sobrenaturalidad en todas las circunstancias difíciles. No seamos perezosos, inútiles, estériles o miedosos. Seamos, más bien, vientres fecundos que, con desgarradores dolores, se abren siempre a la emoción de la vida. A la de aquí y a la del más allá.

P. Ovidio Pérez Pérez

Para El Visitante

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