Durante siglos las sociedades agrarias reconocían su dependencia de la naturaleza. Su supervivencia dependía del buen uso de la tierra, del conocimiento de los ciclos lunares, las sequías, tormentas, inundaciones, etc. Sin embargo, con el advenimiento de la sociedad industrial la relación entre la naturaleza y la capacidad de sobrevivir se hizo menos evidente. Los procesos de industrialización, aceleraron la capacidad de producción y el desgaste de los recursos naturales disponibles, afectando la salud, la seguridad alimentaria y colocando los ecosistemas en peligro. El aumento en producción promovió el consumo excesivo, generando una aceleración creciente de recursos y un desbalance cada vez mayor entre países pobres y ricos. Es entonces que se crea la conciencia del problema ambiental y se percibe este como uno de naturaleza global.

Como todo lo que atañe a la naturaleza humana, la doctrina católica no ha sido ajena al problema ambiental. San Pablo VI, en los años 70, se refirió al problema ambiental como una consecuencia de la explotación inconsiderada de la naturaleza, que pone en riesgo a toda la humanidad. San Juan Pablo II, en la Encíclica Centesimus Annus (1991), señala que la degradación del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no solo le encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido de diversas formas de degradación. Benedicto XVI en su Encíclica Caritas in Veritatis (2009), apunta a que la raíz de la degradación de la naturaleza es la idea de que no existen verdades indiscutibles , y que la libertad no tiene límites. En el 2013, el Papa Francisco, dedica su Encíclica Laudato Si’ (LS) al tema ambiental, señalando todos los cambios que la naturaleza está sufriendo por el uso indiscriminado de sus recursos y sugiriendo un cambio de rumbo hacia una solidaridad ecológica.

Señala el Papa Francisco, que la raza humana se ve en riesgo por la contaminación del aire, del agua y de la tierra, generada por procesos industriales. El calentamiento global ha producido un crecimiento inusual en el nivel del mar y ha ocasionado el derretimiento de los hielos polares. Los efectos de la contaminación ambiental han creado el problema de un cambio climático global, que ha originado migraciones de especies animales y vegetales, que afectan los recursos productivos. El uso indiscriminado de la tierra ha eliminado bosques y selvas, con un efecto consecuente en las precipitaciones y una reducción de la biodiversidad.

En Puerto Rico podremos tener conciencia de la importancia de la protección del ambiente a nivel de país, pero fallamos en reconocer cómo contribuimos al problema ambiental con nuestros estilos de vida y políticas de desarrollo económico. La Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) de Puerto Rico, ha identificado que los habitantes de nuestra Isla contribuyen al problema del calentamiento global y cambio climático en una proporción dos veces mayor al promedio de los habitantes a nivel mundial. La razón principal es que tenemos más vehículos por habitante que muchos países, incluyendo Estados Unidos. Debido a esta gran cantidad de vehículos de motor, Puerto Rico consume alrededor de 998 mil millones de galones de gasolina al año. Esto es una cantidad mayor que la gasolina utilizada por siete países centroamericanos juntos. También contribuye al calentamiento global la alta proporción de energía eléctrica producida por combustible fósil. Estos hechos hacen urgente que cobremos conciencia ambiental y que responsablemente proyectemos un modelo de desarrollo apoyado en el uso de fuentes de energía renovable, mayor eficiencia energética y sistemas de transportación que reduzcan el consumo energético y la contaminación.

El Papa Francisco nos dice que la espiritualidad cristiana implica un compromiso por el bien común, que ha de reflejarse en una cultura del cuidado de la casa común que impregne a toda la sociedad (LS 231). Nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global, que reconozca que toda la creación está conectada con el mismo dinamismo de Dios trinitario (LS 240). Por eso no podemos ser indiferentes a las realidades globales.  

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(Nélida Hernández)

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