En su Recuerdos de la infancia, Pedro de Angelis Angulo nos trasmite la calidad magisterial del hoy Venerable Rafael Cordero. Contaba Pedro que cuando niño, luego de haber sido instruido por su madre en el hogar, ella “no quería enviarlo a estudiar en la escuela del maestro Rafael porque allí castigaban a los niños”. Consideraban al maestro como bárbaro. Pero, aquel día de una hermosa mañana “lo llevó de la mano a la morada de un humilde artesano”. 

Luego, habló con él breves momentos y besándolo le dejó a su lado, y “el miedo se apoderó de mi corazón”. Pues, se encontraba en la casa de “un hombre desconocido”, “un negro como de sesenta y siete años” y “en su tranquila mirada se veía estereotipada la nobleza de su alma”. Aquel hombre era el Maestro Rafael Cordero. El maestro lo llamó a su lado. 

“Poniendo sus callosas manos sobre mi rubia cabeza me dijo: Hijo mío, no temas de este pobre viejo; desde hoy seré tu maestro y si eres bueno y aplicado, tendré siempre para ti una cariñosa sonrisa. ¿Me lo prometes? Sí, señor, respondí con voz compungida. No llores, me dijo, dentro de breves momentos verás llegar muchos niños de tu misma edad, te harás su amigo y en los ratos de recreo jugarás con ellos. Ahora siéntate en aquel banco de enfrente”. 

Pedro obedeció la orden de su primer maestro. “Me acomodé en el sitio indicado. Poco después empezaron a llegar los pequeños estudiantes, que se confundían en armonioso conjunto. Todos al pisar los dinteles de aquella casa decían con infantil alegría: Bendición Maestro Rafael. Dios me los bendiga, contestaba con voz dulce aquel santo varón. Y todos experimentaron la partida del Maestro (quien nunca enarboló el título para sí, sino que decía que le pertenecía a Nuestro Señor Jesucristo)”. 

“Una mañana en que varios mocosos nos arremolinábamos a la puerta de aquella escuela, nos extrañó no ver en el sitio de costumbre al Maestro Rafael; nos mirábamos unos a otros como si alcanzáramos a adivinar la causa que originaba la ausencia del viejo amigo. Poco tiempo duró nuestra justa curiosidad. Una mujer, de respetable presencia salió a nuestro encuentro manifestándonos con voz conmovida que aquel día no había escuela porque el maestro estaba malo”.

Se creó así un clima de sentimiento esperando la partida: “Lejos de alegrarnos la noticia la sentimos. Nos habíamos identificado con aquel hombre cuya bondad era inagotable. Ocho días duró la enfermedad del buen viejo. Todos se disputaban el honor de verle, de estar a su lado, de velar a su lecho. Era el (domingo) 5 de julio de 1868. El día se presentó lluvioso, parecía que la naturaleza trataba de asociarse al dolor que en tan críticos momentos experimentábamos. 

La enfermedad del Maestro se agravaba por momentos presagiando su próximo fin. “De hoy no pasa, decían los más inteligentes, sintiendo agolparse a sus ojos gruesas lágrimas, sincera expresión del dolor que en tan tristes momentos les embargaba. Media hora antes de su muerte, ocurrida a las cinco de la tarde de aquel memorable día, llamó el Maestro Rafael a todos sus discípulos entre los que me encontraba, y extendiendo sus demacradas manos sobre nuestras cabezas, nos bendijo diciéndonos: Hijos míos, a este pobre anciano que les ha enseñado cuanto sabía, no le queda más que un soplo de vida. Momentos después expiró con una vela sellada y unos escapularios que le mandaron las monjas Carmelitas. Sus últimas palabras, síntesis de su ejemplar vida fueron estas: ¡Dios mío, recíbeme en tu seno!”.

No se trataba de un maestro cualquiera como lo aprecia Pedro: “En mi corazón de niño sentí que mi amada patria había experimentado una gran desgracia con la muerte del Maestro Rafael. Mis lágrimas se confundieron con las de mi buena madre que allá en el apartado rincón de nuestro hogar llorábamos la eterna ausencia de mi viejo amigo”. Más de dos mil almas de todas las clases sociales concurrieron al entierro del Maestro Rafael, disputándose los que habían sido sus discípulos el honor de cargar en hombros el cuerpo del venerable anciano.     

Oración para pedir la intercesión del Venerable Maestro Rafael Cordero    

Señor y Dios nuestro, 

Tú que infundiste en tu siervo el Maestro Rafael, laico puertorriqueño, 

un ardiente celo por la educación integral de la niñez 

y una luminosa caridad para con los pobres y con desamparados, 

te pedimos, si es tu voluntad que nos concedas la gracia (pedir el favor), de manera que tu siervo sea elevado a los altares. (Rezar un Padre Nuestro, un Ave María y Gloria)

Exhortación: El Círculo Maestro Rafael Cordero pide a todos los interesados en su causa de beatificación que, si es posible, se hagan miembros activos del mismo. Necesitamos su ayuda y sangre joven.

Abad Óscar Rivera, OSB

Para El Visitante

_____________________________________________________________________________

[1] Artículo encontrado por el historiador Gerardo Hernández Aponte en La Revista Blanca del 1 de enero de 1897, p. 218.

[2] Pedro de Angelis, nacido en San Juan-Cataño en 1862, se distinguió como periodista, ensayista y antologista. De 18886-1888 fue administrador y colaborador del periódico El Palenque de la juventud y posteriormente pasó al Nuevo diario La Correspondencia de Puerto Rico y posteriormente a El Pregonero. Paralelamente a sus actividades de periodista, desarrolló una continua labor de estudio e investigación en el campo de los valores culturales tradicionales de Puerto Rico y más particularmente en el de la biografía de figuras ilustres de nuestra historia.

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here