En la primera lectura, del libro del Éxodo, se nos presenta el episodio de la zarza ardiendo.  Este episodio es el comienzo de la gesta del Éxodo, y el inicio de la primera Pascua, la Pascua de la liberación de Egipto. 

En la segunda lectura, de la 1ra Carta a los Corintios, San Pablo nos alerta acerca de que nosotros podemos escuchar la voz de Dios y hasta ser bendecidos, pero si no le hacemos caso a Dios, nos perderemos. 

Esta parábola del Evangelio de San Lucas, es una de las muchas parábolas que Jesucristo utilizó a la viña como protagonista. Todas estas parábolas las dijo al estar en Jerusalén para comparar a la viña con el pueblo de Israel, el dueño como Dios, los trabajadores como los líderes de Israel, y los enviados como los profetas. Pero esta parábola en particular tiene un mensaje esperanzador. 

Como vimos en el pasado domingo, la Cuaresma es el tiempo para que los que se están preparando para los sacramentos de iniciación conozcan la historia de salvación en su formación cristiana. Es por eso que en las primeras lecturas de la Cuaresma se nos presentan momentos claves de esta historia salvífica. En este domingo en particular se nos presenta el episodio de la zarza ardiente, un episodio conocido por todos nosotros (de hecho, yo lo aprendí en la escuela pública en la clase de español) dentro de este contexto para indicarnos que es Dios, no nosotros, el que inicia nuestra salvación. Es Dios quien se comunica de una manera espectacular a un Moisés que estaba perdido de sus raíces y de su propia historia, para hacerlo pastor y liberador del pueblo de Israel, y el firmante de la primera Alianza. 

San Pablo, al enfrentar a los cristianos corintios en sus peleas divisivas dentro de la comunidad cristiana, le indica a esta iglesia primitiva tan importante, que el hecho de haber conocido a Dios ya no le da boleto directo a la salvación.  Al contrario, tiene que trabajar su conversión de manera diaria y cuidarse de caer en pecado, porque si no, le pasará lo mismo que los judíos del éxodo que se habían liberado del yugo de Egipto, habían sido bendecidos por Dios pero, por desobediencia a ese Dios, se perdieron en el desierto. 

El Evangelio de hoy es una llamada de alerta que Jesucristo le hace al pueblo de Israel para que se convierte. Le expone esta parábola de la Vid que se le da la oportunidad para que dé fruto al siguiente año porque si no, se corta. Los mismo a los que escuchan a Jesús: conocen las Escrituras, conocen a Yahveh y su llamado a la santidad pero, si no es comportan a la altura de ese mensaje que ya conocen, serán condenados. Esto nos puede pasar a nosotros los puertorriqueños: este pueblo se canta cristiano, conoce la Palabra de Dios y sabe que Dios quiere de nosotros una vida de amor y santidad. Pero nuestro cristianismo a nivel comunitario deja mucho que desear: corrupción, criminalidad, echar a Dios a un lado y darle importancia a otras cosas, ser laxos en nuestra vida de fe, glorificar cantantes de mensajes obscenos, etc., son factores que desdicen de nuestra fe y que lloran al cielo. Dios nos da la oportunidad para salvarnos, nos da un “break”, pero, si no ponemos de nuestra parte en un proceso de conversión, no esperemos que seamos admitidos al cielo. Bueno, esto no lo digo yo, lo dice Cristo. 

P. Rafael Méndez  

Para El Visitante 

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