Así se expresaba un amigo al analizar sus errores de infidelidad y la dificultad para salir de esa olla hirviente. “Es que el diablo es puerco, y hay que aguantar presión”. Una profunda lección de espiritualidad cristiana. El hecho es que, como afirmaba Job “la vida del hombre en la tierra es una milicia”. Estamos en guerra. Y existe un enemigo, aunque no se le vea en cara abierta, que está desesperado por conseguir nuestra perdición. Y no tiene prisa. ¡Y viene con máscara para el COVID! Y posee muchas artimañas para lograrlo, como el espía, o el virus que te entra al cuerpo y no notas que allí se acomodó. Sin dármelas de anticuado, el hecho es que existe esa fuerza superior determinada a conseguir nuestro mal. Y ese demonio no pierde tiempo en los que van mal; se especializa con paciencia en minar las fuerzas espirituales del que va bien. Precisamente porque cabalga.
Y lo difícil es que ese demonio no se aparece en su realidad: con rabo y cuernos. Eso espanta. Está en un ambiente y en unos criterios que no concuerdan con el mensaje de Jesús, pero que son los que se viven y ejercitan incluso por personas cercanas. Hasta en nuestros chistes, que son tan necesarios para la salud mental, puede entrar este deterioro de lo que es el sacramento del matrimonio. San Ignacio dice que el enemigo comienza con hilos y telas de araña. No se visibilizan, mas allí están tejiendo su labor de zapa. Terminará con redes y cadenas. Terminará en conflictos dolorosos, infidelidades defendidas como ’es lo que éste se merecía’, o en divorcios que no llevan substancia ni razones verdaderas.
Cuando el hijo pródigo abandonó la casa llevando el dinero de su herencia no pensaba en barbaridades, sino en libertad, en alzar vuelo para ser él mismo. Claro, la autoestima, el responder por la propia vida, en trazar planes según sus propias habilidades es magnífico. Pero en este caso resultó en redes y cadenas, en un final de estercolero cuidando cerdos. ¡Claro, el diablo es puerco! Y lo más difícil para descubrirlo es que se disfraza como ángel de luz. Lo que insinuaba no era en si malo, pero llevaba a malos entendidos y peores ejecuciones. No te dictará “mata a tu cónyuge y sales de eso”. Sería demasiado bárbaro. Hablará de “no dejarte dominar, ser tú mismo, no entienden tus necesidades, ya terminó la sumisión de la mujer, aquí yo soy el que mando…” Son muchas las frases iluminadas que terminan en episodios para la televisión macabra. El diablo consiguió su fin.
He visto estas sutiles tentaciones fundamentadas es espiritualidades falsas. Como aquella pareja orientada hacia una religiosidad más propia de monje que de casados, que incluso presentaba la entrega sexual como algo de lo que mejor se prescindía para vivir la santidad. Esa idea de que la sexualidad es el pecado, que a lo más se buscaría para cumplir con traer un hijo. No entendía esa pareja que su altar en el tálamo nupcial, donde en compañía de Jesús realizan su sacramento de vivir el amor humano. O una espiritualidad de ayunos, de oraciones largas y tediosas, de muchas reuniones eclesiales y evangelizadoras, que mantenían al sujeto fuera de su hogar y su compañía de vida. No se daba cuenta, pero caía en una táctica sofisticada del enemigo. Como el gitano, que estaba enseñando a su burro a vivir sin comer, y cuando ya lo aprendía se le ¡murió!
Enseña San Pablo en Efesios 6:12 “no estamos luchando contra seres de carne y hueso, sino contras las autoridades… contra las fuerzas espirituales del mal”. Al recibir la misión sacramental de vivir el amor como misión apostólica recibida de la comunidad que presencia tu boda, comienzan ya los enemigos a tramar tu derrota. ¡Ojo al pillo! A caminar acudiendo continuamente al Espíritu de Dios, y a la vigilancia cristiana para que no te pasen gato por liebre. ¡Es que hoy día hay mucho gato en la calle con cara de liebre!
P. Jorge Ambert, S.J.
Para El Visitante