(Fragmento de la homilía del 27 de junio del funeral de doña Emma R. Ralat Marchany, madre de P. Edwin Hernández)

El Señor Jesús viene a caminar con nosotros en este momento de dolor, pues Mami ha partido de este mundo para encontrarse con el Señor y esto nos ocasiona una gran pena. En el Evangelio, los dos discípulos -que llamamos de Emaús- también estaban adoloridos por la partida de Jesús al Padre. Y Jesús mismo vino a consolarles, como lo hace con nosotros hoy con esta Palabra.

Pero no viene a consolarles con palabras vacías. Viene Él mismo, con su presencia viva, fresca, comprensiva, a consolarles. Ellos, aunque no lo conocieran al principio, no se cerraron al consuelo de aquél “hombre desconocido”, sino que le escuchan con atención; y mientras caminaban, eran consolados por el mismo Señor, a tal punto que su corazón se enardeció mientras les hablaba por el Camino, y les explicaba la Escritura. “¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar así en su gloria?” Y narra el Evangelio que “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”.

Cristo resucitado camina con nosotros hoy y nos habla en su Palabra. Y nosotros, que queremos caminar con él -aunque a veces no lo reconozcamos inicialmente-, somos iluminados por su luz, en medio de nuestra oscuridad. Y con su luz, ilumina también la muerte de nuestra Madre, pero también ilumina su vida. Con su luz, reconocemos todas las gracias que Dios ha querido darnos a través de ella durante su vida. Ella fue siempre una mujer de fe, de oración, de familia también en medio de sus luchas. Nos dio la vida y muchos momentos de alegría, nos sostuvo en nuestras crisis con sus consejos y oraciones, se puso al servicio de su familia y hermanos para hacernos crecer como seres humanos y como hijos de Dios, no solamente a nosotros, sino también a los demás.

También pasó por el dolor y el sufrimiento de su enfermedad… pero el Señor nos enseña con su ejemplo que era necesario que padeciera para entrar así en su gloria. Y Mami también pasó por el sufrimiento, por la enfermedad… pero con el fin de entrar en la gloria de Jesucristo.

Al atardecer de aquél día, Jesús hizo ademán de partir, los dos discípulos le dijeron: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”. Le hablaron así porque, edificados con su Palabra, su corazón se había encendido de esperanza en su resurrección, aunque todavía no le habían reconocido…

Para reconocerle, hizo falta que Jesús se sentara con ellos, tomara el Pan, diera gracias, lo partiera y se los diera. Entonces los discípulos se dieron cuenta de que aquel extraño hombre que se les apareció en el camino y les consoló con su Palabra, ¡es el mismo Jesús!… que se hace presente verdaderamente en su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía. Él mismo se convierte en su alimento, y en nuestro alimento, mientras caminamos por este mundo… y en medio de las pruebas de este mundo, se convierte en nuestro consuelo perenne.

Mamá: el Señor te reciba en el paraíso, te purifique de todas tus faltas, te conceda el eterno descanso y brille para ti la luz perpetua. Allí estarás gloriosa y bella, ya sin rastro de enfermedad ni dolor, sino como eras siempre… ¡y mejor!

Ahora tenemos otra razón más para desear y anhelar ir al cielo… otra razón más para querer seguir al Señor Jesús en serio, para renovar en nosotros los propósitos de dejarnos iluminar por su Amor infinito y de querer con su gracia corresponder fielmente a su amor…

P. Edwin Hernández Ralat

Para El Visitante

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